Opinión

El Clasicismo francés del XVII: Molière

El Siglo de Oro de la literatura francesa es el XVII , al igual que en España. Pero mientras en nuestro país es el Barroco el movimiento que lo ocupa, en Francia es el Clasicismo o Neoclasicismo, o sea, todo lo contrario en cuanto a ideas artísticas: respeto a las normas, predominio de la razón, separación clara entre los géneros, estilo pulcro. El Neoclasicismo no llegará a la literatura española hasta bien entrado el siglo XVIII , por ejemplo con Moratín, traductor de Molière. 

Y es en el teatro donde se citan los tres grandes nombres de este período áureo: Corneille, Racine y Molière, este último el gran clásico de la literatura francesa, el equivalente, aunque quizá no de manera tan rotunda, a lo que Shakespeare significa para Inglaterra o Cervantes para España. Este teatro cumple con todas las normas clásicas como no mezclar comedia y tragedia o respetar las unidades de acción, tiempo y lugar. 

Pierre Corneille (1606-1684) es un trágico de gran fuerza, cuyos personajes se enfrentan, con digna y decidida voluntad, a las pasiones y a los embates del Destino. Su primer éxito y una de sus grandes obras es El Cid, basado en Las mocedades del Cid, del dramaturgo español Guillén de Castro. 

Tiene importantes puntos de contacto con Shakespeare. Los dos son hombres de teatro completos, pues Molière también fue director y, sobre todo, actor de sus propias creaciones

Las tragedias de Jean Racine (1639-1699) no tienen el ímpetu de las de Corneille, pero son perfectas en su construcción, siempre en la línea de los autores clásicos antiguos, de quien toma frecuentemente los temas, lo que ya indican títulos como Fedra o Ifigenia. El estudio sicológico de los personajes es muy sutil, buscando siempre la verdad humana y la verosimilitud de sus reacciones. 

Jean Baptiste Poquelin, conocido como Molière, nace en 1622 y muere, tras sufrir un ataque representando su obra ‘El enfermo imaginario’, en 1673. Siendo bien distintos, tiene importantes puntos de contacto con Shakespeare. Los dos son hombres de teatro completos, pues Molière también fue director y, sobre todo, actor de sus propias creaciones. Otra coincidencia es la profundización en el alma humana, en el caso de Molière desde la sátira de sus defectos, lo que convierte a sus protagonistas en arquetipos universales. Y aún podría señalarse un tercer punto de contacto, que es su plena vigencia. Entre las comedias de Molière destacan Las preciosas ridículas, La escuela de las mujeres, El avaro, El misántropo, Tartufo (encarnación de la hipocresía), Don Juan o la ya citada El enfermo imaginario

Fuera del teatro y sin la importancia intrínseca de los autores anteriores, pero de enorme influencia y popularidad, hay que citar en este período de la literatura gala a La Fontaine (1621-1695), con sus celebérrimas fábulas.

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