Opinión

Quedarse en casa, semana dos

▶ Psicoanálisis en alto sobre las falsedades de esta crisis. Alegato ciudadano de cabreo

QUEDARSE EN casa en cuarentena significa permanecer recluido en el epicentro de un triángulo sobrecogedor. Geometría atrapada entre los vértices mortuorios del hospital de campaña de Ifema, el hospital público de La Paz y la morgue improvisada del Palacio de Hielo. Ver las camas interminables de la Feria de Madrid que visitó el Rey, imaginar el campo de batalla en el mejor hospital de España y recurrir a la pista de hielo de un centro comercial como tanatorio fúnebre de la imprevisión parece una pesadilla impensable hace apenas Quedarse en casa, semana dos dos semanas. Debemos aceptar que la pandemia no solo nos está cambiando la vida diaria durante el confinamiento, sino que nos la va a cambiar en el futuro, puede que para siempre.

La recesión va a ser tan letal como el Covid-19 y la responsabilidad final de las cifras de mortandad, sanitarias y económicas recaerán sobre la conciencia de los responsables políticos que ignoraron las advertencias de la OMS ante el avance implacable del coronavirus en China e Italia. Algunos estaban más en la coreografía del sola y borracha que en recluirnos en casa. Algunas y algunos estaban más en el feminismo inclusivo y excluyente que en la prevención colectiva de todos y todas. Ya enmudecieron quienes diferenciaban entre muertos y muertas, entre contagiados y contagiadas, entre abuelos y abuelas... Pero la ciudadanía distingue nítidamente a los impostores de la verdad, a los suplantadores del interés general, a los relatores de la retorcida realidad, a los encubridores fronterizos de una fecha con un antes y un después: 8 de marzo.

Quedarse en casa clarifica la reflexión sobre los acontecimientos. Y si bien debemos repartir culpas entre todas las administraciones, es el Gobierno central el encargado de liderar la respuesta a una crisis global de esta envergadura. Más soluciones para el bien colectivo y menos ingenio para favorecer indultos y hacer concesiones a los condenados por golpismo. Más reflejos de gobernante para comprar material apto y menos monólogos doctrinarios de la nada.

Y mientras el coro sectario de la infamia se dedica a culpar a los recortes de las muertes y destina todas sus energías a reforzar con cómplice indecencia que todo sobrevino justo el día después del 8- M, los pregoneros de la impostura eligen la sanidad privada para hacerse los test y recibir tratamiento médico.

Quedarse en casa sintiendo la impotencia de la falsedad no es bueno para la ansiedad ni la presión arterial, pero ayuda a valorar la alta calidad moral y ética del pueblo español frente a los profesionales del mitin, frente a los obispillos de la homilía retórica que en el clamor del engaño siguieron dando una respuesta de propaganda al coronavirus cuando lo que España necesitaba eran medidas eficaces y preventivas desde mucho antes del festejo femiprogre.

El coronavirus ha logrado consumar la España vacía ante las políticas de la demagogia; ha venido a imponer el sacrificio de la muerte contagiosa a un pueblo con mucha mayor decencia y dignidad que sus dirigentes. La frustración de la cuarentena confunde en el disco duro cerebral la contundencia dramática de las cifras y la esperanza de la vacuna curativa. Pero todo eso se ve perturbado por los miedos que proyecta sobre una sociedad indefensa la falta de resolución oficial hasta sumar miles de muertes. Dos semanas y media después del 8-M el Gobierno anunciaba por fin una compra millonaria de material sanitario, que llegará en 15 días, es decir, poco antes del final renovado del estado de alarma. De tapadillo, el ministro Illa reconocía compras defectuosas de test mientras los altavoces oficiales se ponían la mascarilla de la vista gorda ante la confesión de culpa. La desolación es impermeable a los tiempos de la política y a la lógica del estrés sanitario y social de nuestra querida España. Y la ignominia se medirá más allá del CIS contaminado de Tezanos o de los ataques teledirigidos a golpe de cacerola contra la Corona con los que distraer la atención, erosionar el sistema y dinamitar de forma controlada el régimen del 78.

Quedarse en casa también ayuda a entender. Y cuando todo pase, será el momento de buscar un espíritu de concentración nacional con el que liberar al país de la recesión y de la epidemia de populismo y separatismo ilegal. De lo contrario será cuestión de tiempo que se abran de nuevo las urnas para que España juzgue si la gestión del coronavirus ha sido adecuada o requiere un cambio de tratamiento para un país enfermo de rencores y revanchismo con demasiados incompetentes por metro cuadrado. Mientras tanto, y con benevolencia democrática, Sánchez debe irse replanteando sus apoyos de gobernabilidad, además de ceses inevitables. Si con la plaga del coronavirus y la recesión no es capaz de distinguir lo que le conviene a España, estará arrojando en la fosa de la pandemia la esperanza de un país que necesita liderazgo, certezas, confianza y sentido común. Gobernar a toda costa desde la publicidad engañosa ya no va a ser una opción creíble.

Política de ciencia ficción

HAY POR AHÍ un rumor según el cual los más importantes poderes fácticos de España, incluidas las principales empresas del país y el PSOE tradicional y patriótico que nada tiene que ver con el sanchismo ni el populismo, han llegado a considerar y sugerir un gobierno de emergencia nacional. Ni que decir tiene que en Moncloa no paran de reír, pero fuentes bien relacionadas insisten en que socialistas y populares con espíritu de concordia han llegado a hablar del tema. Lo que parece improbable en el ADN de Sánchez e Iglesias tiene una segunda parte: el permanente chantaje separatista y del resto de socios de la coalición gubernamental que, a la vista de las cifras mortales y económicas, requiere unos presupuestos cabales que impedirán cobrar el precio que todos ellos pusieron a la investidura. Tras las elecciones gallegas y vascas después del verano, los comicios catalanes dejarán al pairo el galanteo de la mesa de diálogo pues la prioridad es sobre todo España. La otra opción con la que pacificar la errática gestión del coronavirus es anunciar elecciones para dentro de un año.

El temor a Pablo Iglesias

HAY UN MIEDO secundario en Moncloa derivado del pánico al coronavirus. Y no es otro que los secretos a los que accede Iglesias como vicepresidente segundo del Gobierno. Más allá del juego de espías del CNI, fuentes monclovitas dicen que eso es algo que también le quita el sueño a Sánchez y Redondo, atrapados en su propia necesidad de mayorías para sostenerse en Moncloa. Además de la psicosis a que la extensión del contagio pudiera hacer el llegar el turno del mando único a Iglesias, planea como sombra misteriosa ahora aparcada en el olvido el Delcygate. Esas fuentes se preguntan: "¿Qué sabrán Sánchez e Iglesias el uno del otro que se protegen pese a que todos conocen el odio que en otro tiempo se profesaron?". La conclusión es que Illa terminará pagando por el Covid-19 y Ábalos terminará achicharrado si sumamos la visita de Miss Delcy, sobre todo si la cosa se complica en los tribunales para que alguien cante sobre el contenido de las famosas maletas de Barajas. El CNI no tiene las imágenes, dicen, pero existen copias.

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