ROSALÍA SE HA consagrado en 2019 como la revelación musical del siglo XXI por su fusión del pop y del flamenco. Ha triunfado con un álbum redondo titulado El mal querer, cuya canción estrella se llama Malamente, lo que nos viene como un guante para describir el tortuoso camino secretista hacia la investidura de Pedro Sánchez.
"Muy malamente —dice la letra— se ha puesto la noche rara", como esa negociación turbia con los separatistas del golpe a golpe, sin verso ni nada. La cantante barcelonesa, considerada por los entusiastas como la Beyoncé de hechizo negro con aspecto de choni blanca, ha sabido adaptar con generosa licencia las raíces flamencas puristas y la rumba catalana al subgénero musical del trap, que no es otra cosa que música urbana de rap nacida en el Nueva York de los años 90, pero con un toque de rambla gitana.
Lo mismito que Sánchez con el secesionismo encarcelado, al que trata de fusionar con el constitucionalismo cuando precisamente lo que hacen Junqueras, Puigdemont o Torra es incumplir sistemáticamente el estilo puro de la Carta Magna.
Algunos críticos musicales entienden que Rosalía hace flamenco-rap, aunque otros consideran que la artista encarna la sencillez modernista del flamenco-pop español en el mundo global del nuevo milenio, que no es poco. Sus colores, su estética visual y sonora, su creativo terciopelo flamenco en feminismo Me Too, su voz de trino hondamente espiritual la han convertido en un fenómeno internacional que transita por la bulería, la soleá, el fandango o el reguetón como quien canta un pasodoble españolista tuneado de escapismo en su tuit post electoral "Fuck Vox".
Así que Pedro Sánchez se ha transformado en un inclasificable líder de ensueños, como decía la letra de la sentencia del Política pop del mal querer procés, que hace política-pop sin la fortuna de Rosalía, desafinando constantemente en la canción de Pedralbes por la asunción de los tonos rupturistas del secesionismo.
En realidad, y salvando las distancias de la falta de talento y la ausencia electoral del absoluto favor popular mayoritario, Pedro Sánchez no logra ser la versión política masculina de Rosalía. Él lo intenta. Intenta pasar por un artista de talla mundial con sus fotos en cumbres y otros saraos flamencos. Él se esfuerza y lo persigue. Persigue convertirse en un estadista exitoso global que trata de fusionar el encaje del separatismo golpista condenado dentro del sistema democrático de nuestra monarquía parlamentaria pero sin las condiciones para triunfar en el engaño masivo de todos y todas.
Pedro Sánchez puede favorecer, queriendo o sin querer, el separatismo izquierdista y convergente desafiante que tan flamenco nos ha salido con esa composición de una banda sonora de refundación del régimen del 78 que defiende Pablo Iglesias, al que pretende meter como vicepresidente republicano de un futuro Gobierno scary movie del terror para que no peguemos ojo. Y en sus constantes conciertos de flamenquito impuro, Sánchez lo mismo te canta una copla nacional en plan viva España que desbarra muy malamente en esa peligrosa y alarmante negociación con el separatismo del golpe sostenido que nos quiere imponer la rumba catalana de la república mediante referéndum ilegal de autodeterminación.
La gran coincidencia de Sánchez y Rosalía se percibe en el tuit del "Jódete Vox", porque el aspirante en funciones a la investidura por designación real ha dado probadas muestras de animadversión hacia la que llama "extrema derecha" mientras blanquea y aplica la doble vara a la «extrema izquierda» de Podemos, ERC y Bildu.
La cantante Rosalía, que no me atrevo a clasificar como cantaora por las reticencias de los flamencos más puristas, se mueve en el escenario con un innovador look de llamativa estética que Iván Redondo ya quisiera para su líder en funciones. Pero Pedro Sánchez, en cambio, suele actuar con esa recargada afección crónica de cómo me gusto y qué guapo soy que no basta para triunfar en el difícil arte de la política-pop. Ese flamenco tirititran, tran, tran le va más a Iglesias o al malogrado Rivera que a Sánchez, al que se le notan los falsetes con gran facilidad.
Rosalía canta, pero Pedro da el cante en esta negociación secreta que quiere blanquear con una repentina ronda de consultas multiusos que ha congelado durante un mes tras aquel abrazo palmero de cajón, zapateado y castañuelas con Iglesias. Y si el flamenco puro es cante, toque y baile y el flamenco-pop es arte y fusión sonora y visual, la política-pop que practica Sánchez comienza a ser una malsonante sinfonía de riesgo para la estabilidad de España. Vivimos en un país de canción española que cohabita con el flamenco andaluz, la muiñeira gallega, el bertsolari vasco o la sardana-rumba catalana.
Pero el hecho diferencial y la nacionalidad histórica no están por encima de la Constitución ni de la soberanía nacional. La política-pop no puede deshacer lo andado, porque como refleja la fusión flamenco-pop de Rosalía en ‘El mal querer’, eso le iría a España muy «malamente».