Opinión

La novena sinfonía

Concierto de la orquesta y coros de Moncloa. Recital de pandemia para música de cámara y auditorio sin oído
Pedro Sánchez con el Rey el jueves en Airbus. EFE
photo_camera Pedro Sánchez con el Rey el jueves en Airbus. EFE

Se puede decir de un cuadro repleto de arte creativo que estamos ante una sinfonía colorida de inspiración. Hay sinfonía en un paisaje o en la propia belleza humana. Igual que la hay en el mejor gol de Maradona, el recitar de una clase de párvulos o un baile con siluetas de Sara Baras. La sinfonía es el redondeo del talento en busca de la perfección, la expresión de la excelencia en la obra de la naturaleza y del ser humano. Una lluvia de perseidas es una sinfonía en el misterioso milagro animado de la noche. La banda sonora del agua en el cauce de un río o el recital del pájaro y del viento en un bosque de inmensa arboleda son sinfonías de sonido en el movimiento de la vida. Pero sobre todo, la sinfonía es una composición musical clásica de cuatro tiempos interpretada por una orquesta, naturalmente sinfónica y nunca de pachanga o Mondragón. Como sinfonía más famosa encontramos la novena de Beethoven, que contiene el universal Himno a la alegría al que ha cantado Miguel Ríos sin coros del Fary. Y finalmente, se ha levantado el último gran monumento sinfónico con música de piano y violín gracias a la novena sinfonía de Sánchez, que se aúpa en la lista de los 40 principales bajo fuerte promoción de su discográfica Moncloa Records.

Por novena vez, el presidente del Gobierno presentó en el Congreso su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Ludwid Van Sánchez interpretó esa novena sinfonía como una obra maestra de autor hecha a la medida de su batuta. Novena escenificación de humo y música, sin letra ni concreción, atribuyéndose el mérito de una composición cuya partitura pertenece a la UE. Por momentos, Sánchez olvidó que La novena sinfonía debía darle apariencia de música clásica a su novena sinfonía de reconstrucción anticovid. Y así, malogró de nuevo su recurrente sinfonía al convertirla en canción hortera de primavera al ritmo del estribillo "vacuna, vacuna, vacuna". Porque el internista Sánchez está ahora en la jeringa electoral del "programa, programa, programa", como monologuista aventajado de Anguita en el club de la comedia y la propaganda.

La novena sinfonía de Sánchez empezó con mayor ambición de éxito musical que el mismísimo Beethoven. Y arrancó con una oda a la Segunda República, muy de 14 de abril por su prosa poética de melocotón en almíbar, para decir que debemos reivindicarla como "vinculo luminoso de nuestro mejor pasado". Ya inventó Zapatero que "la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento". Y ahora es Sánchez quien fabula un puente de encomienda universal entre la República de antaño y su gracioso liderazgo. Lo mismo que ZP ignoró la crisis hasta que fue devorado por el paro y por la exigencias de Europa, el doctor vacuna anda en la inmunidad económica de rebaño después de mentirnos a todos con su antológico "hemos vencido el virus y salimos más fuertes".

La novena sinfonía de Sánchez está repleta de corcheas imaginarias que modifican su propia realidad del pasado y del presente. En los primeros compases del solfeo de resiliencia personal, Sánchez describió la obra inacabada de la República como una tarea histórica que él ha venido a completar por encargo divino. El problema es que algunos de los 700 asesores que escriben los discursos del líder son completos ignorantes del conocimiento y aventajados músicos sinfónicos de la mentira. Hay muchos historiadores, en contra de lo que mantuvo Santos Juliá, citado por Sánchez en su discurso orquestal, que la II República no fue una democracia, sino el fracaso de la exaltación radical errática en la que se inspira este nuevo republicanismo antimonárquico actual.

La frustración republicana de 1931 culpó de su propia destrucción al golpismo del 36, lo que ha terminado convirtiéndose en un mantra repetido ahora como catecismo doctrinal de verdad única y arma arrojadiza contra el rival político. De ahí viene el presente republicanismo rupturista, que aglutina comunistas, separatistas, proetarras y socialistas extremos bajo la identidad común de la añorada e imaginaria Tercera República. Con este encargo histórico a caballo entre el guerracivilismo y el secesionismo, la novena sinfonía remueve la confrontación y exaltación de lo ultra para servirse de la invención de un nuevo mundo o normalidad en la que solo tienen cabida los demócratas identificados con su propia ideología mientras los demás son escoria facha blanqueada indebidamente por la Transición tras la dictadura de Franco.

Sánchez no está dispuesto a irse con la música a otra parte, y pretende reinar para siempre como timón inmaculado de la gobernanza aunque tenga que pactar con el mismo diablo. Es por eso que tras defender la República este 14 de abril, se hizo monárquico al día siguiente para acompañar al Rey en acto oficial. Mientras pactas con quienes piden la cabeza de Felipe VI y queman su foto, actúas de doble agente para quedar como protector de la Corona. Esa es la parte tormentosa de la novena sinfonía de Sánchez, que trata de quitarse aparentando ruptura con Iglesias mientras agita la percusión frentista como trueno musical de democracia plena.

Imposición fiscal zurda 


Ángel Gabilondo es un candidato que se ve más como Defensor del Pueblo que como presidente de la Comunidad de Madrid. Tiene preparación, educación y moderación, lo que es difícil de encontrar en política hoy en día. Además de definirse como soso, le han colocado a Iglesias como socio inevitable por mucho que el hermano del compañero Iñaki se distancie de la extrema izquierda. Y por si eso no fuera poco, le imponen a la ministra Maroto como hipotética vicepresidenta en caso de que sumen las izquierdas para evitar el déficit feminista de la lista electoral del PSOE y para torpedear la tentación del moño para el cargo. Sin embargo, el peor de sus lastres es que Sánchez sea el verdadero candidato y vaya mintiendo por ahí al decir que la UE le obliga a una subida de impuestos en Madrid. Ese es el peaje que le impuso ERC para mantenerle en Moncloa. Aunque Calviño desmienta la imposición fiscal zurda, lo socios de Sánchez aspiran a cobrarse la presa de Ayuso con su hoja de ruta separatista y de ataque al tejido empresarial de Madrid y el bolsillo de los madrileños.

Lo de Cantó ha desafinado 


El Tribunal Constitucional ha dejado fuera de la lista electoral del PP a Toni Cantó y Agustín Conde. Las prisas de la operación puertas abiertas a Ciudadanos tras la agresión de las mociones, precipitó un movimiento estratégico de Génova que Ayuso acató con reservas. Que Cantó esté o no en las listas y que haya más o menos debates electorales apenas mueve voto y no influirá el 4 de mayo. Pero es cierto que se podían haber hecho las cosas mejor para evitar el riesgo de la primera derrota judicial de Ayuso ante el PSOE. Esto nos lleva a la división del Tribunal Constitucional, el empate a tres y una decisión que inclina el voto de calidad del presidente, González Rivas, nombrado durante el mandato del PP. Rivas se alineó con el exfiscal del Estado en la etapa de PSOE y ahora vocal del TC, Conde Pumpido, y con la ponente del pronunciamiento. En un lejano e hipotético pacto PSOE-PP, los mentideros de las togas manchadas por el polvo del camino dicen que Rivas puede ser el próximo presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo.

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