Opinión

La huella de Gila

Cada vez que se vislumbra una guerra en pleno siglo XXI hay un peligro real para el mundo y la geopolítica internacional. Kiev, la capital de Ucrania, está a 4 horas de avión de Madrid. Y en un mundo global, no hay distancia larga ni corta que te ponga a salvo del riesgo, tal y como demuestra la covid china de Wuham. Hasta ahora estamos asistiendo a la reedición de la guerra fría entre Rusia y EE.UU., entre el Este y el Oeste, con la Unión Europea como convidada de piedra cuando debiera tener junto a la Otan mayor peso en el conflicto por proximidad geográfica y dependencia energética. 

En realidad, cualquier ucraniano y sabio analista saben que la invasión rusa es pura retórica de justificación estadounidense para el movimiento de tropas al Este porque Putin ya invadió su exrepública en 2014 tras la adhesión de Crimea a Rusia, dando comienzo a un conflicto bélico que se mantiene y que ahora cobra una nueva dimensión con la implicación americana de un Biden dubitativo que erró con la retirada de Afganistán. Todo

se resuelve si Ucrania renuncia a integrarse en la Otan, pues eso representa una amenaza para Putin.
En todo este tablero de ajedrez, la diplomacia con mayúsculas tiene cinco puntos de interés que no pasan por Madrid, porque Biden ha dejado fuera de sus consultas a Sánchez. Son Washington, Moscú, Kiev, Londres y Bruselas como capital delegada de Berlín y Paris. Por eso este teatrillo del sanchismo podemita entre el atlantismo y el no a la guerra ofende la inteligencia exterior e interior. Esa foto de Sánchez con su camisa salmón, el teléfono de cordón y la cartera de presidente sobre la mesa isabelina tapando un ordenador de atrezzo desató una corriente de memes en las redes sociales que dictan sentencia sobre el personaje y sus socios.

Vamos, que no parece que Biden y Putin estén condicionados por la diplomacia en modo Gila o ‘encanna’ de Martes y 13 desplegada por Producciones Moncloa S.A., más propia de publicistas que de estadistas mundiales. 

Sobra decir que este conflicto no tiene nada que ver con aquella invasión de Iraq sustentada en la excusa de las armas de destrucción masiva que motivó el no a la guerra de la izquierda española, cuya finalidad culminó con su incalificable comportamiento de asalto al poder tras los atentados del 11-M que tan mal gestionó Aznar. 

Salvando el uso político del pacifismo oportunista, lo de ahora, como lo de entonces (envío de tropas y barcos), obedece a nuestras obligaciones, humanitarias o no, como miembros de la Otan y de la UE. Sánchez se hará todas las fotos que hagan falta para aparentar peso y relevancia ante la próxima cumbre atlántica a celebrar en Madrid y la presidencia europea de España en 2023. 

Pero en realidad, él mismo se ha metido en la boca del lobo del ridículo con su posado guaperas y su habitual vacío de contenido. El único gran parecido para Europa entre la guerra de Iraq y la de Ucrania es la necesidad energética, llámese petróleo o gas, y la seguridad de occidente frente a las alianzas de Rusia, China y algunos países musulmanes. Sin duda el sketch de Gila dejó huella: «¿Oiga, está el enemigo? Que se ponga…». 

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