Opinión

La campaña inglesa

ESTÁ CLARO que la política pierde a veces el corazón. Hay gente buena en la política del mundo mundial, pero también son muchos los que se visten sin escrúpulos, con el traje de la ambición y el poder ajustado a las necesidades personales. Inglaterra está sufriendo el mayor ataque reiterado del yihadismo en periodo electoral, que recuerda bastante al 11-M en el ánimo de influir en los resultados. Este jueves 8 de junio votan los ingleses, todavía conmocionados por los atentados de Manchester y Londres y perdidos en la deriva del brexit. Sin embargo, suena bastante descarnado que en medio de las matanzas sucesivas, el candidato Corbyn pida la dimisión de su rival Theresa May por los recortes policiales. Sin duda es este un nuevo ejercicio de cinismo, hipocresía y partidismo que enmudece a la gente de bien al trasladar a la opinión pública la idea absurda de que los atentados del terrorismo islamista deben asociarse a la falta de efectivos policiales. En otro tiempo se le llamó infamia, porque buscar lógica y explicación al yihadismo desborda cualquier razonamiento e hipótesis humana.

El laborista Corbyn y la conservadora May se disputan el trono ejecutivo de la reina de Inglaterra. Pero realmente está en juego algo más que el sillón de primer ministro/a o el catastro gratuito de Downing Street, incluido el paso de carruajes. Está en juego la credibilidad de Occidente y la sensatez robusta de un sistema de libertades que el fanatismo religioso no respeta. Ese fundamentalismo fomenta el odio a todo lo que representan las democracias occidentales, a todo lo que representa la libertad individual y colectiva, a todo lo que representa la libertad de culto y el respeto a la forma de pensar. Por eso resulta revelador que un candidato electoral sea capaz de poner sobre el cementerio inglés un razonamiento que desvía la atención de lo verdaderamente importante. Porque lo importante es tener claro quienes matan y por qué. Lo importante es luchar contra el extremismo desde la unidad de acción policial y política, pero buscando la culpabilidad en quienes verdaderamente son los culpables, que no son otros que los terroristas y sus responsables intelectuales.

Uno tiene la sensación, como ha pasado en otros países a cuenta del terrorismo, que hacer política partidista sobre cadáveres todavía calientes traspasa la propia barrera de la ética y limita con la irresponsabilidad. El terrorismo nunca puede tener el escape de la duda social sembrada por sus propios guías o líderes, porque es el agresor quien estrangula el cuello de la sociedad agredida. No hay más verdad que el valor de la vida. Y desde el momento en que un ser humano quita la vida a otro, pierde toda razón de ser y se convierte en verdugo de la propia existencia, de la libertad individual de existir. Corbyn no ha estado afortunado en su reflexión electoral, de igual modo que Theresa May y Cámeron han actuado con irresponsabilidad manifiesta en el referéndum del brexit. Cierto que no son hechos comparables, si bien la globalización de la acción de los Estados implica que la unidad refuerza la fortaleza de los mismos.

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