Opinión

Las Kétchup del tomate rojo

Las nuevas Kétchup del viejo comunismo están componiendo la versión política millenium del ‘Aserejé’. Son las hijas del tomate rojo, las herederas del PCE, IU y Podemos en edición pija de la antes generación indignada. Yolanda, Ada y las Mónicas ejercen de hermanas de Pablo ‘cayetano’ Iglesias, pero el resto de la familia está que trina porque sufre el mal de los celos. A Ione Belarra e Irene Montero les está sentando como un tiro la pandillita de Díaz, Colau y Oltra, que las ignoran para incorporar al grupo de la conjura a Mónica García porque personaliza el exorcismo en Madrid contra Isabel Díaz Ayuso.  

Las Pasionarias del nuevo milenio no sólo reniegan del sanchismo podemizado, sino que ponen en práctica la brujería hechicera de una nueva Plataforma con la que ir borrando el rastro de las dictaduras comunistas en cuyo espejo se miran. No es que sean un aquelarre como dijo Casado parafraseando a la propia García y a la secretaria del PP valenciano, sino que representan la temeraria vía bolivariana europea que quieren implantar en España y que hasta el momento sirvió tanto de inspiración como de financiación. Las Kétchup evitan su verdadero nombre de Las Pasionarias para intentar hacer pasar por novedoso lo que en realidad es comunismo oxidado del PCE, Izquierda Unidad y Podemos. Como los separatistas catalanes, viven en las urnas del despiste de nuevas siglas con las que borrar el pasado cuando vienen a ser lo mismo de siempre. Intentan fabricar una marca con la que concurrir a las próximas elecciones generales sin coleta ni enchufadas tipo Galapagar. Ahora se transforman en una especie de comunismo feminista que mezcla la ideología de género con la empoderización estalinista leninista. La hoz y el martillo son corcheas musicales de suave melodía que en realidad esconden la rancia militancia del pensamiento único.  

La Kétchup del tomate rojo lo son en realidad del rojerío de género. Su doctrina es preservar el poder de un Estado subvencionado y clientelar que ya ejerce Sánchez, desposeído del poco socialismo obrero español que le quedaba al PSOE. En Moncloa hay preocupación por esta apuesta que fragmenta aún más el voto de izquierda. Pero no dejan de ser confluencias solidarias contra el centro derecha que pactarán con Sánchez con tal de que el PP no vuelva a gobernar. Su afinidad nace, en efecto, del extremismo radical que fomenta en democracia los cordones sanitarios más casposos.  

El Aserejé de las Kétchup rojas pretende ser la Macarena del siglo XXI, pero ni ellas son las del río ni el público cree en los plagios de éxitos ya explotados. En la tesis de Sánchez está el desgaste colectivo de la coalición, que se cambia de collar para seguir siendo el dóberman conjunto de antaño. Son los mismos, las mismas y les mismes de los pactos con separatistas golpistas condenados y proetarras de Bildu, los de los indultos y la mentira como práctica política. Son la izquierda caviar del chalet de lujo y la pasarela prêt-à-porter, las nuevas revolucionarias del Barrio de Salamanca. Son las Kétchup del tomate rojo, pasionarias con velo en coche oficial. 

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