Opinión

La intolerancia del escrache

Reflexión sobre los incidentes ocurridos en la Universidad Complutense. El uso político que se hace de las libertades no es ejemplar
Isabel Díaz Ayuso, engullida por la multitud a su entrada a la facultad de Periodismo en la Complutense. EFE
photo_camera Isabel Díaz Ayuso, engullida por la multitud a su entrada a la facultad de Periodismo en la Complutense. EFE

La protesta es legítima, pero el acoso y el insulto son pura intolerancia. Cuando el odio se convierte en el único argumento político hacia el contrario, la razón pierde cualquier posibilidad de prosperar y queda sin validez alguna en la escala de calidad democrática. El escrache que un día definió con brillantez justificativa Pablo Iglesias como "jarabe democrático" no puede suplir la política ni la acción social, y menos según quien sea la víctima. Los escraches que nacieron del 11-M, que florecieron en los jardines del desencanto y la indignación, tenían razón de ser desde la manifestación pacífica del desacuerdo. Pero todos perdemos cuando la violencia verbal e incluso física protagonizan la protesta; la sociedad civil y política pierde capacidad de prosperidad y bienestar.

Llamar «asesina» y otras lindezas a una presidenta con legitimidad democrática porque no compartes sus postulados políticos ni la distinción de alumna ilustre en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid revela a las claras que la polarización y confrontación revanchista se han instalado en España de un tiempo a esta parte y dificulta la convivencia entre iguales y distintos. Aquella facultad en la que muchos estudiamos Periodismo debe ser un territorio de libertad, un espacio de aprendizaje, conocimiento, debate y comportamiento decente. Pero cuando se lleva a las universidades y otras instituciones el sentimiento de propiedad, es evidente que algo está fallando en nuestro sistema. Los ciudadanos van a decir lo que piensan de todo esto en las urnas. Hablarán con su voto como han hablado siempre. Lo harán en las elecciones municipales, autonómicas y generales, y el resultado tendrá que ser aceptado porque esa es la esencia de la democracia. Pero a veces da la impresión de que el populismo radical prepara la calle como medida preventiva de una derrota inevitable ganada a pulso desde la gobernanza extrema que prioriza el partidismo al interés general.

Todo lo que está sucediendo con el asalto institucional, la inducción a la radicalización de la sociedad desde el propio poder, la invasión de los poderes del Estado para evitar su sana separación, los ataques reiterados a la Constitución y la Corona, los cambios vía decreto de las reglas del juego incluido el Código Penal para favorecer a los socios gubernamentales están poniendo a la deriva la nave política de una legislatura que se agota y se fractura.

Este modo de operatividad política transformada en escrache callejero de doble rasero nunca da buenos resultados a quienes lo usan partidistamente para denigrar al rival. Lo vimos con los cachorros proetarras de la kale borroka, y más recientemente con los comités separatistas catalanes de defensa de la república. Lo vimos con la navajita plateá y aquel violento escrache vallecano. Se vio incluso con la misma medicina del escrache en el chalet de Galapagar. Y se verá en los próximos comicios porque el papel de víctima fortalece el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso.

Lo ocurrido esta semana en la Complutense, donde una de las alumnas ilustres destiló odio contra una compañera de facultad como Ayuso, lejos de perjudicar a la presidenta madrileña la robustece. Eso ya lo hemos vivido en sus inicios, pues le permite recuperar la iniciativa política desde la reacción emotiva de la sociedad como contrapunto a la fragilidad de la víctima escrachada. Seguramente los partidarios de esta táctica del escrache intolerante se reafirman con actos como el de la Complutense, pero hay una gran mayoría social que no entiende la política del rencor y se alinea claramente con la víctima de los insultos que, además, es mujer.

La desesperación política fabrica una doble realidad que alcanza a la coalición gubernamental y sus socios, donde unos ejercen y otros son cooperadores necesarios. El matrix oficial de la propaganda, del decreto-ley y del escrache nos invitan a vivir en un mundo ideal donde sólo caben sus incondicionales y sobran los Ayuso, opositores, Amancio Ortega o Juan Roig. No hay paro en el país con más desempleo de la UE, no hay atentados yihadistas sino "fallecimiento por ataque", como dijo Sánchez en Twitter.

El relato de ricos y pobres, fascistas de derechas y demócratas de izquierdas o la división social entre bando bueno y bando malo denigra la democracia hasta convertirla en una autocracia de nostalgia y desmemoria. España no puede dar cobertura a una conducta con tics autoritarios alimentados desde el propio poder, lo cual evidencia nerviosismo y estrés electoral.

Da la impresión de que vendrán días peores a medida que se aproximen las elecciones. Sánchez trata de recuperar la iniciativa política con debates ficticios como el aborto en Castilla y León o convirtiendo el escrache de Ayuso en provocación de la víctima como dijo su pupilo Lobato en Madrid. Pero las encuestas dicen que Feijóo lleva la iniciativa ya no sólo por su ventaja en la intención de voto, sino por actos como el de Cádiz, donde presentó un ambicioso plan de regeneración democrática que parece sumamente necesario y oportuno.

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