Opinión

El techo de gasto

OYENDO HABLAR tanto del techo de gasto, uno no sabe bien qué pensar. Para empezar, muy bueno no puede ser porque salen tres ministros a explicarlo y un montón de estrellas de la oposición a criticarlo. Mejor pecar por exceso que por defecto; de acuerdo. Pero ciertamente da que cavilar tanto despliegue. Al ver a Montoro, mi madre me ha preguntado qué es eso del techo de gasto, que si le van a poner un impuesto por la altura de los techos o qué se yo. Ya le he explicado que no, que lo del techo de gasto es una figura retórica para establecer el gasto máximo del Estado en un año, en este caso el gasto de 2018… que será de 120.000 millones de euros. Mi madre, que tiene la sabiduría de la edad, enseguida se ha reído, porque ya sabe ella que lo del techo de gasto es otra excusa más para que los partidos políticos de pellizquen entre sí.

El techo de gasto, que se sepa, no lleva gotelé ni nada que se le parezca. Sin embargo, a la vista de lo que dicen los políticos, da la impresión de que puede haber falso techo en el que esconder cifras y números. No se trata de ocultar detrás de la escayola las miserias presupuestarias, sino que lo importante es buscar el cielo raso de las cuentas del Estado. Tampoco estamos ante la llamada bóveda catalana, consistente en dar cobertura a las masías tradicionales de antes del separatismo. El techo es, sin más, una bóveda al uso, sencilla o sofisticada, que cubre la arquitectura de la construcción, en este caso de todas las políticas gubernamentales. De modo que en esa cifra se engloban las pensiones, la sanidad y otras necesidades sociales que hacen posible el estado del bienestar.

Al techo de gasto le podemos dar yeso o pintura, colgarle lámpara o bombilla e incluso cubrirlo con frescos socialdemócratas o liberales. Pero al final, no deja de ser el techo de gasto que tapa las necesidades de una sociedad que vota para ser bien gobernada. Parafraseando la canción, sin techo de gasto no hay nada porque la casa común se desvanece sin pilares, vigas o columnas. Y es febril la mirada, pues la suma no llega en la misericordia de las minorías fragmentadas. El PP tiene que implorar por el techo de gasto, llave maestra de los Presupuestos, piedra angular y filosofal de la viabilidad de la legislatura, la madre de todas las batallas de la confrontación política. La responsabilidad es templanza, máxima virtud del gobernante. Y aún sin gobernar, el líder ha de demostrar sus aptitudes, porque de lo contrario aniquila su credibilidad.

El techo de gasto es en sí mismo un dolmen de necesidad y supervivencia, el descanso del guerrero sobre el que curar las heridas de la batalla. A Montoro le reprueban porque no es su ministerio un monumento a la popularidad. Pero con el techo de gasto alimenta la leyenda del caballero gladiador que gana sus guerras incluso después de muerto, cual Cid Campeador de mil reconquistas con las que engordar el vacío de la paz. Hoy, como ayer, el techo de gasto no es más que una parte del todo, el fragmento de la totalidad, la porción escasa de la mayoría. Números que se esfuman en la solemnidad de las cifras.

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