Opinión

La calle no tiene dueño

Paisaje callejero de la España en riesgo de colapso. El país necesita en estos tiempos más diálogo y dirigentes responsables
Pancarta durante la huelga de transportes. EFE
photo_camera Pancarta durante la huelga de transportes. EFE

LA CALLE NO SÓLO es un concepto urbano que permite la movilidad de los ciudadanos y la alineación ordenada de viviendas, negocios, solares y otros servicios tipo transporte, alcantarillado, electricidad, gas, agua o telefonía. La calle es una expresión que en la interpretación política permite medir el estado de ánimo social, el grado de bienestar y la magnitud del cabreo con el poder de turno, según juzguen los organizadores de huelgas y protestas o la Delegación del Gobierno. Dicen que, indebidamente, se le atribuye a Fraga la famosa frase "la calle es mía", en conversación tensa con Ramón Tamames cuando, en 1976, el joven catedrático era comunista, aunque hoy coincide más con Churchill en aquello de que "el que no es de izquierdas a los 20 no tiene corazón, pero el que a los 40 lo sigue siendo, no tiene cerebro". Tradicionalmente, la calle forma parte de las posesiones preciadas que se atribuye la izquierda tales como las libertades, la democracia o la igualdad, cuando son conceptos que pertenecen a todos y no tienen dueño. De hecho, salvo en contadas manifestaciones masivas de unidad como la de Miguel Ángel Blanco, ha sido mayoritariamente la izquierda, con ayuda de los sindicatos de clase y de izquierdas, la que ha movilizado la calle sobre todo contra los gobiernos del PP si bien la huelga general del 14-D de 1988 contra Felipe González fue una excepción histórica. Contemporáneamente encontramos ejemplos como los rodea al Congreso tras sucesivas elecciones democráticas o el ‘No a la guerra de Irak’ contra Aznar.

Durante la pandemia, el estado inconstitucional de alarma impidió la movilización social más allá de las estigmatizadas protestas del barrio de Salamanca que, por supuesto, fueron tachadas de ultras, como la huelga de los transportistas de estos días. Es decir, la calle no es de derechas, pero la huelga de los transportistas a la que se sumaron otros colectivos fue de "extrema derecha" en palabras de algunos miembros del Gobierno de izquierdas. O sea, si estás contra mí eres ultra, si estás conmigo eres demócrata de pata negra con más derecho a la protesta. El doble rasero del pensamiento único.

El Gobierno de coalición, independientemente de que ataje el paro de los transportistas y el desabastecimiento como es su obligación, está dando la espalda a la calle poco a poco como consecuencia de su soberbia y gobernanza por decreto. Sánchez no sólo se enfrenta al creciente clima social de rechazo a sus políticas partidistas, sino que la escalada de precios con una inflación descontrolada antes de la invasión de Ucrania, los vaivenes en el envío de armas y el volantazo respecto al Sáhara están acorralando a un presidente que ejerce el cargo desde el márketing y la propaganda. Pedro Sánchez tiene una concepción mediática de la política, y toda su acción gira en torno al plató de televisión en el que ha convertido la Moncloa. Con el covid se justificaba a duras penas el ‘Aló, presidente’ por el abuso vacío que hizo de las comparecencias. Pero ahora esa forma de influir en la opinión pública a través de los medios afines tropezó con la movilización masiva del campo, unos transportistas capaces de paralizar la vida cotidiana y unos periodistas cada vez más preguntones, más difíciles de monitorizar y más reacios a contribuir al bulo y la desinformación oficial.

Pedro Sánchez y su entorno no sólo han entrado en pánico por la rápida recomposición del PP bajo el liderazgo unánime de Feijóo que compra una buena parte de la izquierda, sino que está abocando la legislatura a un final precipitado pese a haber prometido agotarla. Claro que su palabra vale lo que dura un cambio en las rachas de viento o un CIS de Tezanos, según reconocen hasta sus socios preferentes. Ahora mismo, el presidente trata de rectificar su autocrática forma de hacer para consolidar una imagen de socialdemócrata convencido y dialogante, alejado de radicalismos societarios, profundamente europeísta y atlantista. Todas las señales, incluidas las provocaciones a Podemos, que dice no romper por responsabilidad, están tensando la cuerda de la nueva normalidad que se fabricó durante la pandemia para perpetuar su mandato. Como se sospecha por ahí, la forma en la que Sánchez ha gestionado la crisis con Marruecos pone en evidencia que además de Ceuta y Melilla hay algo detrás que no sabemos, supuestamente relacionado con su futuro político. Sánchez sabe que su única salida es Europa tras estos años desmintiéndose a sí mis mo. Y con esa voluntad aguantará cuanto pueda, aunque ahora ya no está sólo en su mano, porque una diputada de Podemos se ha pasado al Grupo Mixto y amenaza la mayoría. 

El cordón sanitario hacia la derecha se diluye, el discurso de Franco y lo ultra no funciona, la rebaja de impuestos resulta imposible con tales Presupuestos, los socios le están dejando en soledad y la calle, sin ser de Fraga, tampoco está siendo de la izquierda, que volverá a las pancartas y las barricadas cuando gobierne Feijóo. Y lo más grave es que Mohamed VI no garantiza por escrito que Marruecos renuncie a la soberanía de Ceuta y Melilla pese a la cesión del Sáhara.

Pablo Iglesias: verdades a la cara

Pronto estará a la venta el libro de Pablo Iglesias, ‘Verdades a la cara: Recuerdos de los años salvajes’. Una terapia sobre su ascenso y caída a modo de desahogo que es el resultado de sus conversaciones con el periodista Aitor Riveiro, que con ese apellido tan gallego es madrileño de Legazpi. Por tanto, no terminan de ser unas memorias al estilo Rajoy porque Iglesias es el protagonista, pero no el autor. Se trata más bien de la fórmula editorial utilizada por Sánchez en su ‘Manual de resistencia’, que le escribió la compañera periodista y eficaz sanchista Irene Lozano. En ‘Verdades a la cara’, Pablo Iglesias habla de lo que considera acoso y cacería hacia su persona. También dedica capítulos a Dina Bousselham, a su salida del Gobierno —habla de su fracaso en Madrid ante Ayuso—, y a la pandemia. Finalmente, Pablo Iglesias esboza su legado que comienza como un spot de la DGT: "La curva en la que se mató Mariano Rajoy fue la curva de Podemos". Los críticos literarios ven victimismo y una fijación con la extrema derecha propia de la extrema izquierda.

Núñez Feijóo, rumbo a Génova

El nuevo líder del PP, que oficialmente lo será en el congreso de Sevilla del 1 y 2 abril, ya ejerce como referente de la oposición frente al Frankenstein gobernante. Feijóo recibe el respaldo del 99,63% de los avales de los militantes, lo que lo convierte en el presidente más votado en la historia del PP. Feijóo será presidente del PP, por aclamación y sin otros rivales en las primarias. El cónclave popular será de unidad y participativo, con presencia de Aznar, Rajoy y Casado. Y su liderazgo saldrá reforzado para ejercer y ofrecer una alternativa seria y creíble frente a Sánchez, que trata de esquivar el compromiso de rebaja de impuestos adquirido ante Feijóo en la Conferencia de Presidentes. La gestión económica, la contestación social, la invasión de Ucrania y las inaceptables formas sin consenso sobre el Sáhara, con muchas dudas sobre la seguridad futura de Ceuta y Melilla, ponen contra las cuerdas al Gobierno. Feijóo actuará con responsabilidad, pero sin concesiones al engaño, para evitar lo que ha venido sucediendo durante esta legislatura.

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