Opinión

Glasgow

AL TERMINAR el partido de Champions en el Camp Nou recordé al Mono Burgos asomando la cabeza por una alcantarilla. Era la imagen de la campaña de captación de socios del Atlético tras el ascenso a Primera después de dos temporadas en el infierno. La expulsión de Torres desató la indignación del forofo y el pesar del futbolero por la ocasión perdida de vivir un pulso épico entre culés y colchoneros. La gente se niega a entender que las decisiones arbitrales, rigurosas o perjudiciales, son lances del juego, como un remate fallido. El partido se convirtió en una prolongada agonía rojiblanca. Nada nuevo. Más que ganar y ganar, como rezaba Luis Aragonés, los jugadores e hinchas atléticos aprendimos a vivir al borde del precipicio. Un turco, apellidado Babacan, expulsó a tres futbolistas en las semifinales de la Copa de Europa de 1974 ante el Celtic. El equipo aguantó el 0-0. Ese espíritu de Glasgow, rescatado por la filosofía ‘cholista’ nos enseña que resistir es vencer, como dijo el explorador británico Ernest Shackelton, quien al reclutar a sus hombres para atravesar el Ártico les advertía de las escasas opciones de regresar con vida. Puedes quedar a un minuto de la felicidad. Le pasó al Atlético en las finales de Bruselas o Lisboa, pero la ilusión es testaruda como la niña que ve cómo las olas se llevan el balón y espera a que se lo devuelvan a la orilla. «¡Qué manera de sufrir, qué manera de palmar, qué manera de vencer, qué manera de vivir!», canta Sabina.

Comentarios