Opinión

El fango

EL FUEGO cruzado entre los polanquistas y el sindicato del crimen o el más reciente entre los prisoístas y la caverna mediática es un clásico en el periodismo partidario. Podemos rescata ahora la acepción la máquina del fango, acuñada por Umberto Eco, para definir el uso de información personal para atacar al adversario. Más allá del debate sobre la ética política, donde vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, la estrategia de declararse perseguidos es útil para cerrar filas y no abundar en explicaciones. La filtración de una operación especulativa en la compraventa de un piso protegido por parte de Ramón Espinar, candidato de Iglesias para controlar la formación en Madrid, partió de rivales internos en esa lucha enconada entre errejoners y ponytilers (coletistas). Entre enemigos, adversarios o compañeros de partido no se sabe quién es más peligroso. Una zancadilla parecida sufrió el diputado lucense Fernán Vello, al que le adjudicaron un billete en clase business para viajar en avión a Madrid. A algunos malvados les faltó tiempo para retratarle. Como novato en esas lides no conocía la costumbre de cambiar ese asiento por otro de clase turista por cuestiones de imagen. Hay quien perjura que Fernán Vello saboreaba una copa de vino español como si fuera un sacrilegio. Desconozco si Espinar ha leído el ‘'Manual urgente para la gente decente'’, de Monedero, pero debería saber que la mujer del César no solo tiene que ser honrada, sino parecerlo.

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