SI LAS sucesivas crisis económicas dinamitaron nuestros bolsillos, la conjunción del envejecimiento y el abandono rural es como una termita, una lacra silenciosa que conduce a municipios del interior de Lugo hacia una muerte anunciada. Son lugares donde no nacen niños y la mayoría de sus habitantes están jubilados. Las previsiones de la Unión Europea sitúan al noroeste de España como una de las zonas donde quedarán más tierras baldías hasta 2030.
Esas miles de héctareas a monte se convierten en un problema con varias consecuencias negativas. Una de ellas son los incendios forestales. Estas catástrofes tienen como acelerante otro factor, el cambio climático, que no influye tanto para que prendan las llamas como para que sean más agresivas. El devastador fuego que arrasó O Courel incrementó esa sensación de olvido que planea sobre las áreas rurales, especialmente las de montaña.
Aunque desde los medios de comunicación nos esforzamos en divulgar historias de emprendimiento rural, la realidad es tozuda. Hace tiempo que Galicia dejó de ser agraria. Ni siquiera en el sector lácteo, pese a mantenerse la producción, se frena el cierre de explotaciones. Vivimos ajenos al campo y hacemos oídos sordos a las ventajas de la producción de calidad o del agro 4.0. Parecemos empeñados en convertir nuestra tierra en un parque temático o ni siquiera eso. "Somos os dous mozos do lugar", me decían dos septuagenarios de Os Ancares afectados por otro gran incendio. "Despois de nós, os xabaríns", agregó uno de ellos.