Opinión

Catecismos

CUANDO SE fue la luz en la verbena, parte de la clientela aprovechó la penumbra para irse sin pagar. Le pasó a un amigo en un chiringuito festivo. La picaresca, al igual que su hermana mayor, la corrupción, está anclada en nuestro acervo cultural. «Comezades copiando nun exame e rematades roubando 200 millóns na Xunta», advirtió el mesiánico profesor Beiras a sus alumnos en la USC. Pero, ¿quién no copiaría si el profesor no vigila o se va de clase? La trampa es nuestro catecismo cotidiano. Pasaron más de cien años desde la generación del 98 y se sigue escuchando la cantinela de la regeneración y la exigencia de luz y taquígrafos. Las elites extractivas que crecieron en el franquismo continuaron asentadas en la democracia, al amparo del amiguismo estatal, sin mecanismos de control. La desvergüenza institucionalizada no es nueva. Recuerdo la frase de un empresario mariñano para justificar el tirón de su candidato favorito a la alcaldía: «Se chega a alcalde traerá obras ou non terá onde chupar». Muchos sienten la necesidad de frenar esta sangría. Les molesta oír el demoledor «cada pueblo tiene lo que se merece» como respuesta a sus quejas. Pasamos del recaudador al catastrazo, pero se mantienen vigentes las tesis de Lamas Carvajal en su ‘'Catecismo do labrego’'. «Benaventurados os limpos de corazón, porque tamén estarán limpos de faltriqueira», escribe el vate ourensano al referirse a quienes no tuvieron ocasión de corromperse.

Comentarios