Opinión

Desorden

SIEMPRE HE creído que Manuel Fraga fue un desastre para nuestro país, un bruto con una gran memoria. Rodeado de una corte de aduladores -solo Romay Beccaría se atrevía a contradecirle: “Manolo, te estás equivocando”-  fue el hombre con más poder y autoridad desde Xelmírez pero resultó un nefasto incompetente para organizar el progreso de Galicia, a pesar de los muchos millones de euros de la UE. Él, prototipo de hombre de orden, multiplicó el desorden en el que vivimos. Mi casa, ubicada entre dos polígonos industriales desiertos, no está ni a siete kilómetros de una autopista de peaje, a menos de dos de una autovía por la que paga la Xunta más de diez millones anuales y más cerca todavía de una vía rápida de la que ignoro cómo fue financiada. Diríamos que me rodea el progreso, la gran herencia de Fraga que dicen mis vecinos venerando su memoria. Sin embargo,  en diecisiete de los veinte lugares de la parroquia no hay alcantarillado y en ninguno se dispone de agua controlada por sanidad.  Yo tengo un pozo del que no me atrevo a beber por los pozos negros y por los excesivos y peligrosos pesticidas que se utilizan en los viñedos. Solo hay que ver a mis vecinos cuando van a sulfatar. “Mira, abuelo, un astronauta en ese tractor”, me dijo uno de mis nietos. Lo más parecido al caos.

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