Opinión

Citas

UNA VEZ, en un curso de la Universidad de Verano del Escorial, me acerqué a un famoso presentador de televisión a preguntarle por los dos autores que había citado y de los que nunca había oído hablar y me contestó sin rubor que se los había inventado. Le había parecido que necesitaba reafirmar sus reflexiones con unas citas y no dudó en inventárselas.  Bueno, pensé, lo mío fue peor. Hace muchos años le resté importancia a la paternidad de una cita.  En el año 74, me acerqué a la sociedad de A Gaiteira, en A Coruña, a escuchar a Álvaro Cunqueiro. Al final de la charla, una persona de las del público, se levantó para corregir la autoría de una cita a la que había recurrido el escritor.  Cunqueiro no le hizo caso pero a mí me pareció fatal aquella corrección tan rigurosa que vino a romper el instante maravilloso y fantástico en que nos había situado Cunqueiro. Entonces no solo me importó un rábano quién era el padre de la frase citada, porque me habían pinchado el globo, sino que me pareció más apropiado por su sonoridad y belleza el autor citado por Cunqueiro.

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