Opinión

El pulso de Petro en Colombia

Lo que no pudo hacer por las balas, la izquierda colombiana lo puede lograr por los votos: arribar a la Casa de Nariño en Colombia en las elecciones de este año para sustituir a Iván Duque, el hombre del uribismo que apura su salida con más sombras que luces.

Con los fusiles de la guerrilla de la FARC enterrados, después de medio siglo de metralla cerrada, se abrió otro juego político en el país del realismo mágico. La eventual llegada de esta izquierda colombiana al poder está lejos de ser una de tantas predicciones del mítico coronel Aureliano Buendía, que se hartó de perder guerras. No parece cosa de novela. 

Las encuestas, que suelen pifiar en los tiempos recientes, incluso en escenarios menos agrestes, registran mes tras mes el ascenso vigoroso de la candidatura de Gustavo Petro, líder de Colombia Humana y segura cabeza de la coalición Pacto Histórico. 

El exalcalde de Bogotá (2012-2015), derrotado por Duque en los comicios presidenciales de 2018, duplica en intención de voto a su más cercano perseguidor. De hecho, ya actúa como si fuera un presidente electo, según observan algunos medios colombianos.

Hace giras por Europa, lo reciben Pedro Sánchez, Felipe González, Rodríguez Zapatero —por separado claro, y también más a la izquierda—, empresarios de la CEOE; y en Roma, su Santidad Francisco le concedió a principios de este febrero una sesión privada que levantó ronchas en el confesional gobierno colombiano y desconcertó a sus extraviados adversarios.

Derrotadas las FARC ahora el interés de la sociedad colombiana es otro: el hambre, el empobrecimiento, la ausencia democrática y de esperanza

Los 42 minutos de oro puro con el Papa fueron un guiño de Petro al inmenso rebaño católico que puebla su país. En Bogotá, una ciudad enorme en la que cabe tres o cuatro veces la población de Galicia, es usual ver personas haciendo filas para entrar en las iglesias un domingo cualquiera.  «No olviden que estudié en La Salle», apunta Petro, mientras esboza media sonrisa.

El domingo 13 de marzo es la primera cita del cronograma electoral con la mira puesta en la primera vuelta de las presidenciales de mayo. Las coaliciones políticas, una vastedad de movimientos disímiles en pugna, escogerán a sus candidatos en un creciente clima de incertidumbre. Nadie sabe quiénes serán los contendores que enfrenten a Petro, cuya victoria en esas primarias se da por descontado.

Nacido en el departamento de Córdoba, en el caribe colombiano, pero criado en Zipaquirá —donde estudió Gabriel García Márquez, costeño como él, y por quien adoptó el alias de ‘comandante Aureliano’ en los tiempos de su pronta militancia en el M-19, un movimiento visto con desdén por la izquierda clásica—, Petro, de 61 años, abogó desde los años 80 del siglo pasado por la desmovilización de las guerrillas, en el inicio, quizás, de este particular viaje en el que ahora promete un «cambio histórico» para el que quiere atraer a liberales y católicos.

¿Pura táctica electoral o un viraje a conciencia? Él también tiene respuesta para eso: «un revolucionario —le dijo al portal La Silla Vacía, sin negar la pesada impronta— es el que logra evolucionar dos veces». Una evolución en la que admite el fracaso de Hugo Chávez y se deslinda de su heredero, Nicolás Maduro, de quien afirma que es un dirigente «de las políticas de la muerte».

Pero lo que parece clave es la apreciación del latir político de Colombia, que Petro presume de interpretar con la misma agudeza con que lo hizo el uribismo en las primeras décadas de este siglo. Derrotadas las FARC ahora el interés de la sociedad es otro: el hambre, el empobrecimiento, la ausencia democrática y de esperanza. Y él, rotundo, asegura que su propuesta interpreta esa Colombia: «Por eso voy adelante».

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