Opinión

En Colombia ganaron los nadie

Un exguerrillero al que siempre recuerdan que hace 30 años empuñó las armas y una mujer negra carbón que fregó pisos y abrillantó porcelanas para pagar sus estudios entrarán el 7 de agosto a la Casa de Nariño como presidente y vicepresidenta de Colombia.

Gustavo Petro, que habla de justicia social y ambiental, tendrá que agregar a su discurso la justicia poética. Él, llamado Aureliano en el largo tiempo de las balas, sabe desde anoche, y se atrevió a soñarlo, que las estirpes condenadas a cien años de soledad sí tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.

Pocas cosas hay en la vida más felices que la noche de la victoria, llena de palabras redondas y poderosas, de embriagante seducción, cargadas de buenas intenciones y antesala de abrazos infinitos. Luego, ahí afuera, espera la impaciente realidad con zanjas y reclamos. También temores.

Petro, hace nada cumplió 62 años, de Ciénaga de Oro, Córdoba, en la región Caribe colombiana, y Francia Márquez, de la vereda Yolombó en un municipio del Cauca, entre las regiones del Pacífico y los majestuosos Andes, madre soltera a los 16 y vicepresidenta antes de los 41, encarnan el fin a un ciclo que por lo corto comenzó hace casi 70 años cuando liberales y conservadores en un frente nacional acordaron repartirse el poder, con ministerios, curules y tribunales, para acabar con la violencia.

Pero nunca la guerra fue tan cruenta ni el exilio tan hondo y en lugar de los votos que no decidían nada mandaron por décadas los fusiles, con centenares de miles de muertes y millones de desplazados. 

Fue hace apenas seis años, cuando la convencida terquedad y la visión de Juan Manuel Santos llevó a la firma del Acuerdo de Paz con las envejecidas  guerrillas de las FARC en años y en ideas y aunque la paz sigue siendo una tarea inacabada, Colombia destapó las ansias de cambio.

El gobierno de Iván Duque, despedido sin una pizca de gloria, fracasó en el último intento del uribismo por cerrar caminos y veredas a esa Colombia diversa, afro e indígena, y a los millares y millares de jóvenes crecidos en ciudades emergentes que salieron a las calles a protestar por empleo, educación y oportunidades.

El mapa de la noche electoral es uno donde los votos de la periferia, desde la Goajira caribeña, pasando por la heroica Cartagena rumbo al Pacífico y siguiendo por el Putumayo y la amazonía, cercan al centro y coronan Bogotá donde la fórmula Petro-Márquez redondeó una ventaja inapelable de más de 700 mil votos. «Los votos de los nadie», los llamó Francia Márquez.

El rápido reconocimiento de la derrota del ‘viejo’ ingeniero Rodolfo Hernández, que sumó los restos de la derecha colombiana y del temor a Gustavo Petro, y del propio Álvaro Uribe, despejan el camino de la transición en un proceso electoral sin tachas y de alta eficiencia.

El Pacto Histórico de Petro y Márquez, del político articulado, senador de fuste y exalcalde capitalino, y la mujer de la negritud en este país muy conservador y excluyente, agregó tres millones de votos más a los de la primera vuelta e hizo fracasar las matemáticas que le daban a Hernández más del 52% de los sufragios con la suma de los votos transferidos por el uribismo. Se quedó en 47%, muchos pero insuficientes.

Desparecidas las FARC, desnortadas las huestes de Uribe, extraviado el difuso centro, Petro consolida un liderazgo trabajado durante más de una década que consiguió el éxito rotundo en su tercer intento presidencial.

Y en la noche feliz de su victoria, prometió un pacto nacional «para hacer una sola Colombia», donde el amor se imponga al odio, desarrollar el capitalismo —con ese término tan impropio para su gente— y convertir a su país, que siempre ha mirado más para adentro, en una potencia mundial en la lucha contra el cambio climático. 

«Me llamo Gustavo Petro y soy su presidente», remató, y quizás se pellizcó. La realidad pondrá a prueba sus palabras. La izquierda al fin mandará en Colombia.

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