Opinión

El desafío del islam

EN ESTOS días que el fundamentalismo islamista aparece con profusión en los medios de comunicación, es menester poner en solfa ese peligroso catastrofismo que pretende convertir al islam en la nueva amenaza del mundo liberal. Una afirmación fruto de una profunda ignorancia histórica, cuando no del desprecio occidental por lo árabe o islámico. Quien así opina es Pedro Martínez Montávez, autor de un libro titulado ‘El reto del islam’, publicado por Temas de Hoy en 1997, libro que hoy cobra nueva actualidad por si rigor y especial conocimiento de este espinoso asunto. El islam no es el yihadismo. La cultura y la religión islámica, como las principales religiones monoteístas, proclaman el amor al prójimo y el mandamiento del no matarás. El problema es que unos pocos están consiguiendo que el islam empiece a ser visto con malos ojos en algunos países europeos.

En efecto, Martínez Montávez pasa revista a la etapa histórica que va desde la descolonización hasta las consecuencias de la Guerra de los Seis Días, para explicar el resurgimiento de los movimientos islámicos como sustitución del fracasado nacionalismo de corte socialista, en buena medida representado por Gamal Abdel Nasser. Además, el autor de este interesante libro llama la atención sobre el contraste entre las nuevas corrientes espirituales que afectan al mundo occidental y las que paralelamente se desarrollan en el islámico. En este sentido, Montávez cita a Mulay Taieb Baiti cuando señala que "a mi juicio, una renovación islámica, necesaria para la renovación del mundo, solo puede hacerse en condiciones propicias para el conjunto de las naciones islámicas, si estas logran romper, no con el modelo occidental, sino con el materialismo que es la base actual de ese modelo".

La cita no tiene desperdicio alguno; es sugerente. Sin embargo, es más relevante solicitar que el islam admita la libertad y el respeto  a  los  derechos  humanos, que sí son los fundamentos de la civilización moderna. Por eso, los cambios deseables en el dramático panorama mundial en el que nos encontramos, pasan tanto por reajustes serios en lo islámico, pero también en lo occidental. Si el mundo islámico se radicaliza, malo. Si el mundo occidental sigue preso de ese voraz consumismo y feroz individualismo, igualmente malo. Por eso, me parece del mayor interés la opinión de Montávez que defiende que los movimientos islámicos solo podrán encontrar su cauce dentro de una aceptación explícita de una auténtica pluralidad y de renuncia a la práctica terrorista; su mensaje religioso es anacrónico, superficial, reduccionista e intransigente; carecen de futuro en el marco de una cultura universal y no aportan alternativas razonables.

Finalmente, una interesante conclusión del libro que ahora comento: Occidente no puede seguir tratando al mundo islámico como objeto de experiencias neocolonialistas ni seguir aplicando dobles varas de medir, ni mantener una
abusiva injerencia en los asuntos internos so pretexto de una supuesta ‘modernización’. Ojalá que el islam pueda recuperar el ambiente intelectual y su compromiso con las artes y las ciencias que caracterizó esta cultura siglos
atrás. No se puede tolerar que bajo el nombre de Dios o de la religión se sieguen vidas humanas. No se puede tolerar el terrorismo en ninguna parte del mundo. Bajo ningún concepto.

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