Opinión

Centro político y Covid-19

El espacio del centro vuelve a la palestra en este tiempo de despotismo, de tiranía, en el que los gobiernos, aprovechando la excepcionalidad decretada por mor de la pandemia, han regresado hacia posiciones autoritarias, en uno y otro sentido. Se constata, no hay más que leer las noticias, a nivel global, a nivel europeo y, por su puesto, en muchos países, también, por desgracia, en el nuestro.

En este tiempo de Covid-19 el poder político ha actuado tarde y mal, funcionando como una apisonadora, sin control, negando la realidad, ocultando el dolor de las familias, impidiendo la información pública, maquillando, en el mejor de los casos, los datos que se ofrecen a la ciudadanía, controlando la opinión, subvencionando medios de comunicación, desprotegiendo a los médicos, fabricando una imagen inexistente y aprobando normas extra muros de la pandemia. Hábitos de fuerte sabor autoritario que tendrán que ser conocidos por jueces y tribunales en su momento y actos de gobierno que han aprovechado la excepcionalidad para imponer un criterio despreciando a la oposición y a millones de ciudadanos.

Sin embargo, lo más grave, ha sido, y es, la generación de un ambiente de discordia y de enfrentamiento, resucitando fantasmas del pasado que debieron haberse superado tiempo atrás. Por eso, en este tiempo es más necesario el centro político, un espacio que tiene personalidad propia y que si bien no es fácil de entender en sus justos términos, hoy, si queremos reconstruir España sobre bases sólidas, debe hacer acto de presencia.

En efecto, ahora, en el marco de la emergencia sanitaria, ante las amenazas de una tiranía, la moderación, el entendimiento, la concordia, la defensa de los derechos fundamentales, de las libertades y la sensibilidad social, son más necesarios que nunca para establecer un ambiente de estabilidad que permita la reconstrucción nacional que todos añoramos. Por eso, necesitamos un ambiente político presidido por el pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario.

La apertura del pensamiento político a la realidad reclama un notorio esfuerzo de transmisión, de clarificación, de matización, de información, un esfuerzo que puede calificarse de auténtico ejercicio de pedagogía política que, por cuanto abre campos al pensamiento, los abre así mismo a la libertad. El reto no es pequeño cuando el contexto cultural en el que esa acción se enmarca es el de una sociedad de comunicación masiva. En este tiempo, el poder ha negado la realidad fabricando otra bien distinta a base de todas las técnicas de manipulación social más sofisticadas que existen en los vademécums de la agitación y la propaganda.

Hoy, precisamos, en primer lugar, una mentalidad abierta a la realidad y a la experiencia, que nos haga adoptar aquella actitud socrática de reconocer la propia ignorancia, la limitación de nuestro conocimiento como la sabiduría propia humana, lejos de todo dogmatismo, y al mismo tiempo de todo escepticismo paralizador y esterilizador. Que nos impulsa necesariamente a una búsqueda permanente y sin tregua, ya que la mejora moral del hombre alcanza la vida entera. Necesitamos al frente a personas con experiencia, con conocimientos, con profundas convicciones democráticas.

En segundo término, necesitamos una actitud dialogante, con un permanente ejercicio del pensamiento dinámico y compatible, que nos permite captar la realidad no en díadas, tríadas, opuestas o excluyentes, sino conscientes, de acuerdo con aquel dicho del filósofo antiguo de que, en el ámbito humano y natural, todo está en todo. Percatándonos de que en la búsqueda de la pobre porción de certezas que por nuestra cuenta podamos alcanzar, necesitamos el concurso de quienes nos rodean, de aquellos con los que convivimos. La pandemia lo ha demostrado claramente.

Y en tercer lugar, es menester una disposición de comprensión, apertura y respeto absoluto a la persona, consecuencia de nuestra convicción profunda de que sobre los derechos humanos debe asentarse toda acción política y toda acción democrática. Entre nosotros, más en la hora presente, qué necesario es el espacio del centro, de la moderación, de la centralidad de la dignidad humana. Y qué difícil que se pueda alumbrar con garantías de éxito mientras el escenario político tenga los actores que tiene.

La impronta totalitaria, como sabemos, llega de la mano de expresiones como, el que no está de acuerdo con el oficialismo es fascista y, más grave, los derechos fundamentales de la persona no son más que resabios de una burguesía corrupta. Vienen tiempos en que la defensa de la libertad va a salir cara, pero vale la pena. Ahora y siempre.

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