Opinión

La vieja cárcel

LA REHABILITACIÓN de la vieja cárcel es uno de los mayores aciertos en Lugo de los últimos años y lo mejor de la herencia dejada por José López Orozco como alcalde. No solo se recupera un edificio histórico de gran singularidad arquitectónica —fue la segunda cárcel modelo de España—, sino que se reconvierte un lugar en el que durante muchos años hubo sufrimiento y acogió lo peor del ser humano en otro abierto a la cultura y a los ciudadanos.

En pleno centro, con una espectacular vista de A Mosqueira, el edificio está llamado a ser, si hay una gestión adecuada, un potente espacio social y cultural. Aunque el gobierno local no ha aclarado qué albergará en concreto el inmueble, la idea inicial es dedicarlo a exposiciones temporales de artistas y artesanos, talleres y cursos sobre arte y patrimonio, representaciones de todo tipo e, incluso, está previsto un espacio de ocio infantil.

A ver en qué queda todo, pero yo, qué quieren que les diga, paseando por aquellas antiguas celdas, por ese recinto impresionante, veo allí (no soy la primera ni seré la última) el museo de la romanización, ese que mucho me temo que no tendremos nunca.

La idea, lo admito, es imposible porque la Xunta, que no tiene el más mínimo interés en dotar a Lugo de este museo, y el Concello nunca jamás se pondrían de acuerdo para un proyecto así, que requeriría grandes dosis de buenas intenciones por ambas partes. Y es una pena, porque sería muy atractivo turísticamente un centro que contase, al pie de la muralla, la historia de la romanización de Lugo y mostrase sus piezas fundamentales, además de potenciar la investigación de los restos hallados, una quimera en este momento.

En fin, me resigno a dejar a un lado la visión del miliario fundacional de Lucus Augusti erigido en el patio de la vieja cárcel y paso simplemente a rogar que el gobierno local sea capaz de buscar racionalidad y uso a todos los espacios culturales de los que ya dispone y dispondrá si alguna vez el nuevo auditorio llega a funcionar.

Y me consuelo pensando que, sea lo que sea lo que albergue la vieja cárcel, es una maravilla ya solo entrar en el recinto, a menos —siento la puntilla— que uno sea discapacitado o tenga alguna lesión, porque entonces los molestos adoquines colocados en el exterior de la cárcel le harán la vida imposible. Y a estas alturas una se pregunta cómo es posible que un ayuntamiento se haya gastado el dinero en retirar el adoquín de distintas zonas del casco histórico y, al mismo tiempo, rehabilite otro espacio con este molesto material.

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