Opinión

El poder de la oratoria

SIEMPRE ESTAREMOS aprendiendo de la Antigua Grecia, toda vez que su cultura se asienta en el amor a la ciencia, en la apuesta por la creatividad y en los necesarios valores de la tolerancia y la diversidad. Por ejemplo, en aquella sociedad politeísta —cuna del mundo occidental— existía mucha libertad para escoger la opción sexual, y ello era, en gran medida, debido a la ausencia de la idea de pecado que luego instalaron las religiones monoteístas, como el cristianismo o el islamismo. “Tanto como deseéis...”, escribió —en tono lésbico— Safo, voz cimera de la cultura clásica.

Recientemente dicté una conferencia titulada ‘El valor de la oratoria para el futuro profesional’. Surgida en Sicilia y desarrollada en la Antigua Grecia, la oratoria es un arte absolutamente vigente, porque consiste en saber hablar con elocuencia, cualidad indispensable para poder resolver asuntos prácticos y, por extensión, descollar en cualquier trabajo. Este saber transversal incentiva nuestra capacidad expresiva (con la integración plena de voz y cuerpo), impulsa nuestra agilidad mental en la argumentación y las respuestas, expande nuestro temperamento crítico y, por supuesto, multiplica nuestra confianza. Así de potente es la suasoria (‘suasorius’), el ingrediente con el que el buen orador logra persuadir a su auditorio, ganando adeptos para una causa intelectual, social, política, jurídica…

Es justo que el dominio de la oratoria desencadene, en parte, el prestigio que todos anhelamos en nuestras profesiones. Pero este ‘arte del bien decir’ es necesario incluso fuera del trabajo: el ser humano evoluciona permanentemente gracias a su afán de progreso, y todas las conquistas sociales y civiles (divorcio, aborto, abolición de la esclavitud, sanidad pública…) se consiguen a base de defender nuestras ideas de forma convincente. Si el primer paso del camino cognitivo es el lenguaje —en tanto que éste enciende la chispa del pensamiento—, ¿no resulta preocupante la paradoja de que las mallas curriculares de muchas licenciaturas pertenecientes al ámbito de la comunicación carezcan de una asignatura llamada ‘Oratoria’ o ‘Expresión Oral y Corporal’? Intuyo el motivo de fondo: el miedo de muchos poderosos a que miles de jóvenes comunicadores abandonen la sumisión y analicen con criterio la injusta realidad, reparando en esos países tan pobres que deben hacer frente a deudas externas altísimas, en las comunidades que permanecen excluidas de los avances tecnológicos, o en los recursos naturales, que se consumen a un ritmo mucho más elevado del que se producen. Parece comprensible el temor de los políticos más tóxicos y mediocres, puesto que el primer peldaño en la transformación de la realidad es la concienciación de las masas, y un comunicador puede conseguir tal fin, siempre y cuando ese público posea una educación sólida, lo cual no es moco de pavo. ¿Y cómo puede un comunicador llevar a cabo dicha concienciación? Mediante eficaces y audaces formas de razonamiento (paradoja, antítesis, paralelismo, analogía…) que permiten demostrar que algo es probable, verdadero o justo. En plena era digital, la viralización de contenidos haría el resto.

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