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Ready Player One

La última película de Spielberg le habla sobre todo a los videojugadores

Presentación de la película Ready Player One. EFE
photo_camera Presentación de la película Ready Player One. EFE

"-¿Has construido una máquina del tiempo con un DeLorean?”

"Pensé que si iba a construir una máquina del tiempo en un coche, ¿por qué no hacerlo con clase?”.

Las palabras de Marty McFly y Doc resuenan en las cabezas de los baby boomers desde que se pronunciaron en 1985. Steven Spielberg, contribuidor fundamental a toda la imaginería ochentera que todavía vive entre nosotros, fabrica su máquina del tiempo a partir de una novela de Ernest Cline con una clase que sólo puede tener él. 

Ready Player One convierte su premisa argumental en su propio concepto. Los protagonistas de la película tienen como objetivo descubrir los “huevos de pascua” (mensajes ocultos dentro de las obras de ficción) escondidos en un videojuego virtual. Toda la película transita por innumerables detalles esparcidos por su metraje, y repasa, como una enciclopedia acelerada, los hitos de la cultura pop. 

Ready Player One le habla, por encima de todos, a los videojugadores. En un mundo donde la realidad ya no tiene arreglo, los personajes luchan por salvar de la destrucción el mundo virtual. OCEAN, un metaverso donde la gente corriente tiene más posibilidades de autorrealización que en la realidad, sin embargo es una estructura incompleta. La guerra que se libra es por la propiedad (una corporación frente al poder popular), y donde antes había competición entre los jugadores, todo se convierte en cooperación. 

Sin embargo, la película deja un regusto amargo. Los protagonistas alteran su concepción política del metaverso y se unen para salvarlo del monopolio empresarial, pero se muestran totalmente entregados en el mundo real. El creador del videojuego (un sosias de Spielberg) les abronca en el último plano, recordándoles que lo que verdaderamente importa es la realidad.

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