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Que Dios nos perdone

Título: QUE DIOS NOS PERDONE

Director: Rodrigo Sorogoyen

Reparto: Antonio de la Torre, Roberto Álamo

Calificación: 3/4 

EN AGOSTO de 2011, una fecha que ahora nos parece de otra Era, Madrid acogió la Jornada Mundial de la Juventud, cuyo lema era –recordemos– ‘Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe’. Católicos de medio mundo peregrinaron hasta Madrid para encontrarse con el Papa Benedicto XVI, y lo hicieron con un eslogan perteneciente a la ‘Epístola a los Colosenses’, donde se insiste en la importancia de Jesucristo frente a las nuevas ideas que ganan fuerza de unas leyes intermedias entre Dios y los hombres. 

2011 fue también el año del lejano 15-M. Madrid –y, gracias a la centralidad informativa, toda España– vivió en sus calles la lucha simbólica entre dos mundos que no se conocen el uno al otro, pero que comparten más cosas de lo que creen. En ese contexto de hermandad católica, por un lado, y quincemayista, por el otro, Rodrigo Sorogoyen sitúa ‘Que Dios nos perdone’, un ‘"noir’" castizo y madrileño que no usa la JMJ como ruido de fondo sino como atmósfera de una ciudad y un ambiente irrespirable. 

Dos inspectores de policía antagónicos, como manda la tradición del género, buscan a un violador y asesino de ancianas en el entorno de la Plaza Mayor madrileña. Los policías tienen dos formas de entender el oficio –y posiblemente España– diferentes. Velarde (Antonio de la Torre) es metódico, vive para el trabajo y se encierra en una timidez potenciada por su tartamudeo. Su compañero Alfaro (Roberto Álamo) tiene un problema de temperamento, por decirlo suavemente, y suele creer que dos hostias dadas a tiempo –es decir, nada más empezar a intercambiar impresiones– arreglan mejor los conflictos y las diferencias. 

‘Que Dios nos perdone’ es compleja en lo sociológico y elemental en lo psicológico. Todos los personajes (masculinos) encierran un trauma infantil con las figuras maternas que arrastran desde hace décadas. Sorogoyen retrata el centro de Madrid como sinécdoque de una España que completa el boceto rural de ‘Tarde para la ira’. Si la puesta en escena es lo más reseñable de una película ambiciosa pero coja, no es menos elogiable el recurso que emplea Sorogoyen para marcar el cambio en el punto de vista. En un plano secuencia, el espectador altera dos veces su perspectiva del asesino y el relato se bifurca en los dos lados de la ley. La pareja protagonista permanece firme en la fe de encontrar a un asesino en serie (también) traumatizado. 

Que Dios nos perdone’ acaba diluyéndose en thriller sombrío más que en cine negro representativo del momento, pero mantiene altos los estándares de un género hecho en España solvente y capaz de manejar las peculiaridades del entorno.

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