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Ex machina

EL SISTEMA operativo Samantha -que tenía una relación sentimental con un humano en ‘Her’ (Spike Jonze, 2013)- se convertía en la pareja perfecta del protagonista con una sencilla visita a su correo electrónico y su historial de navegación. No le hacía falta preguntar cuál era su comida favorita o la canción que le hacía bailar; sólo tenía que comprobar el uso que Theodore hacía de internet para anticiparse a sus deseos. Pero toda relación utópica esconde su reverso. Samantha acababa siendo, como sistema operativo conectado a la red, el complemento ideal de muchos usuarios al mismo tiempo, incluido Theodore.

Ava, el robot de ‘Ex machina’, tiene una inteligencia artificial basada en un buscador más potente que Google. Además, las simetrías de su belleza están modeladas a partir de las búsquedas de Caleb, el pobre programador informático cuya misión es comprobar la funcionalidad de la máquina. El Test de Turing, objetivo inicial del trabajo del informático, no es más que una tapadera ideada por el Mad Doctor para comprobar la verdadera dimensión manipuladora del robot, que ya conoce a su examinador antes de verlo.

‘Ex machina’ es una obra de cámara con sólo tres personajes en el escenario reducido de un búnker hecho de hormigón y vidrio. El triángulo sentimental, emocional o puramente funcional (dependiendo de las motivaciones del personaje) discurre por las obsesiones contemporáneas de nuestra relación con las máquinas y la privacidad en internet; pero sobre todo por la debilidad humana que nace del miedo a la soledad.

Alex Garland escribe y dirige una pequeña maravilla con muchos recovecos simbólicos en su trama; una obra de ciencia ficción estrechamente ligada a nuestra confusión con el presente tecnológico y sus derivaciones hacia lo sentimental.

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