Opinión

Zebenzuí ha salido del grupo

TARDE O temprano tenía que pasar, comenzaba a resultar extraño que ningún cargo político se viese salpicado por un escándalo relacionado con los grupos de WhatsApp. A Zebenzuí González, edil de Cementerios y Mercados en el ayuntamiento de La Laguna (Tenerife) lo conoce ya media España por presumir de "follar con las empleadas que yo pongo y enchufo en el ayuntamiento" en el grupo equivocado, un error bastante habitual entre los usuarios de la dichosa aplicación. Me estoy refiriendo, claro está, a la facilidad con que solemos enviar mensajes de texto u otros contenidos al interlocutor equivocado pues no parece que el alarde de prevaricación y baboseo protagonizado por este concejal del PSOE sea tan habitual, al menos no entre mi red de contactos.

Ejemplos similares —aunque menos alarmantes que el del citado animal— los podemos encontrar casi a diario, algunos sufridos en la propia carne y otros en la de algún amigo o, simplemente, conocido. Esta misma semana, sin ir más lejos, alternaba yo diversas conversaciones derrumbado en el sofá cuando caí en la cuenta de que había enviado a mi madre un mensaje dirigido a unos cuantos amigos con los que perpetrábamos un cumpleaños sorpresa. Pregunté yo, alegremente, quién se ocuparía de llevar el vodka, los vasos y el hielo a lo que enseguida contestó ella con su habitual diplomacia y talante aleccionador: "No lo sé pero tampoco me parece buena idea que os pongáis a beber en la sala de espera de la UCI. Esperad a que lo trasladen a planta, si eso".

Las bromas y el cotilleo han tomado un cariz peligroso gracias a las nuevas tecnologías

Las Navidades pasadas, mientras los empleados de este mismo periódico discutíamos los menús propuestos para la cena de empresa en un grupo cerrado para la ocasión, a uno de los promotores del evento le pareció buena idea condimental el debate con unas cuantas fotos de su particular colección de parafilias sexuales. Durante un buen rato esperó las lógicas reacciones entre compañeros ante semejante envite pero al comprobar que su iniciativa no provocaba ninguna respuesta —ni siquiera un triste emoticono del mono tapándose los ojos— decidió chequear el envío y descubrió que el destinatario de aquellas particulares estampas navideñas había sido otro grupo diferente, también de empresa, en el que se encontraban el director, el director adjunto, los redactores jefe e incluso algunos de los accionistas del periódico.

Otras veces ni siquiera es necesario que uno se equivoque, ya se ocupa algún amigo de buscarte el enredo. Hace unos meses, por ejemplo, y después de una copiosa comida convenientemente regada con todo tipo de caldos, Manuel Jabois y Rodrigo Cota aprovecharon una visita mía al excusado para enviar unos cuantos mensajes a mi mujer. En ellos le decían lo mucho que la quería, que no podía vivir sin ella y que la echaba de menos a cada minuto de mi vida que no podía disfrutar de su presencia. Regresé del servicio y los vi allí sentados, con esa cara que tienen los niños pequeños cuando acaban de perpetrar alguna trastada, y en cuanto recuperé el control de mi dispositivo comprobé que tenía un mensaje de Rocío, bastante extrañada por tanta efusividad: "Rafa, ¿qué te pasa? ¿Otra vez estás borracho?".

Las bromas y el cotilleo han tomado un cariz peligroso gracias a las nuevas tecnologías, eso es innegable. Antiguamente, cuando estas prácticas se circunscribían al marco del lavadero, la barra del bar o la cola de la carnicería, un podía permitirse unas alegrías en el discurso que raras veces acarreaban consecuencias, en el peor de los casos enfrentadas palabra contra palabra o desestimada la moción alegando un defecto en la forma, en la comprensión o en la transmisión del mensaje. En el caso del concejal de La Laguna, el pantallazo demuestra a las claras el tipo de espécimen que redactó el mensaje, de nada sirven sus risitas nerviosas y la advertencia, magnífica por lo que la antecede, de "me he equivocado de grupo". En realidad, y para intentar dejar en buen lugar a su gremio y formación política pudo ir un poco más allá y reconocer que también se equivocó de vocación, de ideario político, de isla, de país e incluso de planeta. 

El mensaje, sin embargo, tiene de positivo la capacidad de amplificar una vez más el alcance de ese machismo asfixiante que nos rodea y con el que tan a menudo practicamos una suerte de tibieza que nos convierte a todos en cómplices: el hostelero que invita a sus camareras a vestirse con escasez y apreturas, incluso a consentir los desmanes de algunos clientes; el presentador de televisión que tijeretea la falda de sus colaboradoras en pleno directo, el político que ofrece trabajo a cambio de favores sexuales, el aburrido cliente que se divierte contestando sandeces de la peor calaña a la pobre telefonista que trata de venderle un seguro… Ejemplos sobran y, para qué engañarnos, también sobran grupos de WhatsApp aunque, al menos en esta ocasión, hayan servido para poner cara y apellidos a uno de esos personajes que, perdonen la redundancia, también sobran. No sabemos si Zebenzuí ha salido del grupo en cuestión o no pero esperamos que, cuanto antes, desaparezca de la vida pública y se recluya en un monasterio, concretamente en la corrala destinada a los cerdos, con los suyos.

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