Opinión

Tarjeta de crédito

LAS FRONTERAS lo dicen todo. El devenir de personas no deja de crecer, tratando de abandonar ese lugar que les vio nacer porque la situación es humanamente insostenible. Muchas huyen de la guerra. Otras tantas se rebelan contra la pobreza. El número de desplazados, según Naciones Unidas, se incrementa al mismo ritmo que aumenta el nivel de riqueza en algunas y concretas zonas del mundo. La inundación del sistema capitalista resulta imparable: un modelo económico especializado en asignar el papel de rico y el papel de pobre. En el guion de la vida actual abundan más los segundos que los primeros. La cantidad es tan abultada que queda clara la potencialidad del capitalismo para generar grandes bolsas de pobres castigados por la carencia de los recursos más básicos. La fábrica funciona, y lo hace de manera muy eficiente. La incitación al consumo irresponsable - que no deja de incidir en la injusticia social - se impone con fuerza a la débil corriente de colectivos comprometidos con la sensibilización de una sociedad para que asimile la cultura de pensar antes de comprar. En una ocasión, en el seno de la campaña Ropa Limpia, organizada por la red Setem, alguien pronunció que cada gesto cuenta. Que cada acción, en nuestro papel como consumidores, nos puede convertir en cómplices, por omisión, de las desigualdades globales. En ese mismo contexto se llegó a decir que “una tarjeta de crédito tiene la capacidad de hacer más daño que una pistola cargada con munición de precisión”. Un reflexivo mensaje que molestó y fue muy discutido durante la jornada. Para algunos había serias diferencias en dos posibles formas de morir. No situaban al mismo nivel de relevancia si uno había sido objeto de un homicidio o de un asesinato. Al parecer, la falta de premeditación exculpaba de toda responsabilidad; todavía, no sé muy bien por qué, pero así era. Con este enfoque de la realidad, compartida por una mayoría, se trataba de amansar el posible cargo de conciencia por lo que podemos hacer y no hacemos. Por lo que podemos evitar y no evitamos como prisioneros de un modelo pensado para salvaguardar y garantizar el rico bienestar de generaciones y generaciones de unos pocos. Y mientras todo esto acontece, la esperada rebelión social, alimentada con la receta de la solidaridad, no acaba de llegar. Y, desde luego, no tiene muchos visos de que lo haga en un corto plazo. De momento, el gran planazo pasa por seguir estimulando el consumo de cosas (da igual qué) para que la rueda no se detenga. Según el expresidente uruguayo y gran pensador del humanismo moderno, Pepe Mujica, esto significa tirar días, meses y hasta años. A su entender, comprar solo es sinónimo de desperdiciar un tiempo irrecuperable, una suma de ratos de nuestra vida que se gastan y empobrecen miserablemente la existencia. Una sensible pérdida imposible de recuperar con una tarjeta de crédito en la mano.

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