Opinión

Selfie con Otegi

DE TODAS las imágenes lamentables de los últimos días (y son muchas), ninguna me causa tanta pena como la de un grupo de jóvenes catalanes haciéndose un selfie con Otegi. Es cierto que la moda de la autofoto se ha convertido en algo más allá del fenómeno fan: un amigo, muy célebre él, dice que la mayoría de la gente que le aborda por la calle en demanda de una foto ni siquiera sabe muy bien quien es: “sólo que salgo por la tele”. La cultura de la post -posmodernidad funciona así, obsesionada por documentar todo aquello que sucede, incluso el encuentro casual con una cara conocida. Quiero pensar que aquellos chicos que se hacían fotos con Otegi no tenían ni idea de quien era ese tipo miserable: la misma sabandija que hace treinta años habría podido parar el atentado de ETA en Hipercor. El mismo que aplaudía crímenes y secuestros. El mismo que no se conmovió con el  asesinato de varios niños en un centro comercial de Barcelona. Supongo que los chavales que enseñan ahora la foto con Otegi, que la cuelgan en Instagram, dieron por bueno el filtro de sus mayores,  los mismos que recibieron a don Arnaldo con honores de estrella de rock. ¿Cómo va a pensar un ignorante de dieciséis años que algunos políticos catalanes rendían honores a un delincuente, a un presidiario, a un chorizo? Y eso nos debería llevar a reflexiones más complicadas: el cretinismo de una generación que está creciendo al margen de su historia, que no sabe quién es quién ni tiene repajolera idea de lo que pasó en su propia casa hace muy poco tiempo. Eso explicaría muchas cosas. Mientras, Otegi meneaba sus posaderas por las ramblas y una mezcla de majaderos, irresponsables y malvados le acercaban el móvil para documentar el encuentro. En el país que yo quiero sus hijos se avergonzarán de esa foto. En el que quieren ellos, la pondrán en un marco de plata, sobre la estelada, al lado de otra imagen que se hicieron con un tío que no saben quién es, pero que tiene un canal en youtube.

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