Opinión

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LOS RESULTADOS de las elecciones alemanas marcan inevitablemente el centro de la actualidad. Cataluña como problema permanece en posiciones de atención diaria. Mientras, prestamos menos atención a las desgracias que se ceban sobre la población mexicana o a los crecientes desafíos verbales de destrucción por la guerra entre Trump y el líder de Corea del Norte, Kin Jong-un. Hubo también este domingo elecciones parciales al Senado en Francia: 50% de la cámara. Salió victoriosa la derecha tradicional, Macron y su LRM (La República en Marcha) quedan muy lejos de sus objetivos y el FN de Marine Le Pen permanece en la misma posición. En la interpretación de los vencedores, el Senado se convierte en un contrapoder necesario para un Macron dispuesto a imponer sus políticas. De los resultados de Alemania hay, al menos, dos cuestiones a subrayar. 1) Una preocupante, la llegada con fuerza de la ultraderecha xenófoba al Bundestag (Parlamento federal) que va a condicionar la política que desarrolle Angela Merkel –inmigración y Europa como núcleos más afectados– para intentar reconquistar votos por la derecha. Y 2) Vamos a ver la capacidad de resistencia que tiene una de las características positivas de la política alemana: su estabilidad asentada en los pactos. Una negociación a tres bandas, y con posiciones distantes entre sí como las que representan los verdes y los liberales –europeísmo y medio ambiente, con la industria automovilística–, pone a prueba la negociación para formar gobierno. Del espacio catalán, una imagen: la peana de la imagen de la Mercé este domingo en Barcelona estaba cubierta de flores con los colores de la "senyera". Solo faltaba el azul. Cuando la fiebre del nacionalismo sube, refleja sus excesos por igual en todas partes y en todo tiempo.

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