Opinión

Los niños perdidos

EN ESTE tiempo de inquietud, y a pesar de tantos temores que nos aguardan en cada esquina, ninguna noticia me ha estremecido tanto como la historia de los cuatro niños que vivieron varios días completamente solos mientras el cadáver de su madre y el compañero de ésta yacían tras una puerta cerrada. Cuatro críos muy pequeños – doce, seis, cinco y cuatro años – que intentaron llevar una vida normal durante cinco días con sus noches. La historia es terrible, pero bajo la capa de injusticia, de piedad, de pena, queda algo que debería llevarnos a la reflexión: a pesar de la ausencia de un adulto que les impusiese horarios ni normas, los cuatro siguieron yendo al colegio cada jornada. Quizá los pobres chavales - cuya vida antes incluso de morir su madre prefiero no imaginarme – encontraban en la escuela el único momento de verdadera normalidad en medio del caos de su existencia triste. Y eso me lleva a pensar que estos niños tienen muchísimas posibilidades de salir adelante: no son unos resistentes, sino unos luchadores que sabían que el colegio es un territorio seguro. Imaginen a unos chiquillos solitarios, desatendidos, seguramente hambrientos, descontrolados por completo, que por la mañana se levantaban y se iban al cole, a lo mejor porque se habían dado cuenta de que la posibilidad de superar el infierno se encontraba allí, entre los libros, los cuadernos, la disciplina, las explicaciones de los maestros. Estos niños perdidos de una versión lúgubre de Peter Pan posmoderno se impusieron la cordura de no renunciar al aprendizaje. Su país de Nunca Jamás no estaba en la tercera estrella a la derecha, sino entre las cuatro paredes de un colegio público. Ojalá recordemos siempre la extraordinaria lección que nos han dado unos niños sin suerte. Espero que las autoridades cuiden de esos pequeños valientes, que cuiden de esos seres extraordinarios que ante el peor de los escenarios hicieron de la enseñanza la tabla con la que salir vivos del naufragio.

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