Opinión

La invasión silenciosa

ME PROMETÍ retener el nombre del socialismo chino pero de nuevo olvidé lo que debía recordar. Se llame como se llame, es un gustazo. Ayer hubo congreso del Partido, que allí no hay otro. Tal vez lo hayan visto en las noticias: daba gloria verlos. Los escaños completos porque a nadie se le ocurre escaquearse, por la cuenta que le tiene; mucho rojo pasión, como si el escenógrafo del acto fuese Almodóvar; y sobre todo orden escrupuloso y mucho aplauso. Allí habló el que tenía que hablar. Dijo sus cosas, ovación atronadora, y cada uno a su casa de cuarenta metros cuadrados a jugar a los chinos.

Vale, reconozco que es una perspectiva de futuro gris, pero qué quieren que les diga. Mientras los miraba de reojo, sentí cierta envidia y, sobre todo, me invadió una sensación que confirmó lo que muchos sabios vaticinaron hace tiempo: el futuro es suyo. No hay nada que hacer. Mientras aquí nos gobiernan payasos naranja como Trump, mocosos de ultraderecha que no saben que lo son como en Austria, o montamos el pifostio que hay aquí, ellos aplauden y nos montan otro chino en el pueblo. Y así, miguita a miguita, están conquistando el mundo y encima les pagamos por ello.

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