PACO VÁZQUEZ, el exalcalde y exembajador, pertenece en el socialismo gallego a la colección de jarrones que fueron todo una aportación al lucimiento de la casa y que, pasado el tiempo y llegados los herederos, al no contar con un espacio en la decoración pueden dar la nota, centrar la atención preferente para disgusto de los nuevos diseñadores o incluso se convierten en un problema, según el diagnóstico del experto Felipe González. Lo que don Francisco Vázquez acaba de decir sobre los socialistas gallegos es un diagnóstico probablemente tan certero que en lugar de molestar dentro de las filas del PSdeG-PSOE y entre sus baronías, debería invitar a un examen general, y a fondo, de los últimos años. No vaya a ser que Paco Vázquez tenga razón o parte de la razón. De ese diagnóstico de que los socialistas gallegos lo que aportaron a la sociedad fueron sus desencuentros internos no queda del todo libre el alcalde de Vigo. Claro que Abel Caballero gana elecciones. ¿Qué explica, a qué obedece, esa división y esas guerras tribales? Las hay en todos los partidos, cierto, pero en el socialismo gallego se están prolongando en el tiempo. Y la metástasis se extiende hasta órganos menores. Esto sucede en un momento de cambio en la política y en el comportamiento del electorado como consecuencia de la recesión económica y, no conviene ignorarlo, de una crisis del propio sistema. Es ahora, probablemente, cuando el discurso socialdemócrata, que llevó al PSOE al poder y a la tarea de modernizar España, con Felipe González, sea una necesidad frente al rupturismo antisistema y el inmovilismo para que los sufrimientos de la recesión económica en amplias capas sociales no acaben traduciéndose en un distanciamiento irreversible —esa desafección— del sistema que aportó, como ningún otro, paz, libertad y prospesperidad para amplias mayorías, además de políticas sociales que atendieron a quienes nunca habían recibido protección alguna. Al socialismo le debería corresponder afirmar esas señas propias frente a las tentaciones del vacío.
