Opinión

Enredo, ridículo e irresponsabilidad

NADIE SE FÍA de nadie entre los actores del problema catalán, llevado este jueves al nudo de la tragedia y elevado a la categoría de esperpento, por si faltaba algo. ¿Qué credibilidad puede haber a estas alturas? Si alguien no lo remedia puede acabar, como otras veces en la historia, en tragedia. Las repercusiones negativas son para Cataluña y para el resto de España. El señor presidente de la Generalitat demostró definitivamente el jueves no ser estadista ni nada que se le aproxime. La Barcelona de la modernidad y el cosmopolitismo la han pintado de banana. Los enredos, pseudocultismos, indefiniciones y contradicciones que vienen rodeando toda la actuación de este proceso culminaron el jueves en el ridículo. Da igual que desde el Gobierno o sus inmediaciones no haya llegado la señal que esperaba el señor Puigdemont para comparecer a las 13.30 horas y anunciar elecciones anticipadas. ¿Qué señal necesitaba? ¿La libertad de los Jordis para la tarde del jueves? Supone entender el Estado de derecho como la finca de un señorito en la que no se guardan las formas. Es lo que viene sucediendo en Cataluña. ¿Un compromiso de no aplicación del 155 si convocaba elecciones? La cuestión es que ya nadie se fía de nadie. Esto implica que no dan condiciones objetivas para establecer un diálogo, siquiera de mínimos. Los secesionistas han dado pruebas suficientes como para que nadie se fíe de su palabra. Habrá que escuchar, si se deciden a hablar, a quienes hicieron de puente entre Barcelona y Madrid para buscar salida a este callejón de los horrores. Si Puigdemont debería presentar la dimisión por su incapacidad para marcar un rumbo y por su frivolidad política, Ciudadanos, el Gobierno, el PP en determinados sectores y quienes creen en la necesidad de estabilizar el modelo que salió de la actual Constitución deberán apostar, sin temores, por el diálogo y la convivencia plural.

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