Opinión

El sueño de la Copa Ibérica

NO ERA 1935. Era octubre de 2017. Era la Liga española, aunque bien podría ser la Copa Ibérica. Porque el de este sábado fue un duelo internacional para muchos en el noreste peninsular. Seguro que algunos tarraconenses vivieron el duelo del Ángel Carro con la música de la Champions o la Liga Europa en el móvil. Para esos mismos aficionados el de ayer en Lugo, en España, fue encuentro internacional, como la Copa Ibérica lo fue para el Oporto y el Betis el 7 de julio de 1935.

En aquella protocompetición plurinacional, de la que el actual campeón es el club de Heliópolis (ganada por última vez en 2015), donde entrena Quique Setién —tótem del graderío del Ángel Carro, por cierto—, saltaban al césped equipos de España y Portugal. Quizás, de pervivir aquel germen de las competiciones europeas —como la Copa Mitropa o la Copa Latina—, formase parte el duelo de este sábado de un torneo similar para Puigdemont, Anna Gabriel, Junqueras y compañía. A buen seguro no para Francisco, sus jugadores y todos los seguidores rojiblancos.

Pero al menos, por una noche, podrá acostarse sabiendo qué se siente en lo más alto, en la cima de la montaña, con el aire limpio y la sonrisa en la cara


Para ellos el encuentro de ayer formaba parte de un torneo donde todos tienen cabida, donde los puntos no tienen fronteras definidas y donde todos los equipos que componen la Segunda División reciben el mismo trato: el de su derrota, o al menos el intento de infligir una derrota.

Este sábado, un Lugo embalado logró deshacerse de un equipo extranjero para los que no aplican el artículo 155. El cuadro rojiblanco ganó porque también quiso tener su jornada histórica en un octubre con demasiados eventos para el recuerdo. Ganó para auparse al liderato en Segunda División, tocar su techo, aunque fuese por un día, y aspirar a conservarlo toda una semana, como mínimo.

Porque el club lucense quiere seguir abonado a la ilusión que genera ocupar un sitio de privilegio. Desea saber qué se siente ahí, en la mesa de los privilegiados, comiendo triunfos jornada tras jornada, degustando vinos caros y recibiendo regalos de los que hace poco eran como él, instalados en una humildad que jamás abandonará a los rojiblancos.

Pero al menos, por una noche, podrá acostarse sabiendo qué se siente en lo más alto, en la cima de la montaña, con el aire limpio y la sonrisa en la cara.

Los aficionados del Lugo quieren ser Segismundo alejado de la prisión, con el manto en la espalda y la corona en la cabeza. Quiere que la vida siga siendo un sueño, que tenga un buen final para alegrar un espíritu con demasiadas turbulencias fuera del fútbol.

Un sueño que lo lleve a que, en su futuro onírico, el Lugo juegue alguna vez en Europa. Que lo haga de verdad, no solo por un rival en el limbo de un país fracturado.

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