Opinión

El hecho diferencial de España

ES MUY difícil en un país donde los rencores no mueren hacer patria positiva sin sacar a pasear las tinieblas del pasado o el partidismo sectareo del presente. Lo hemos visto en el vigésimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, y lo estamos viendo a diario con la memoria histórica selectiva de un lado y de otro. En España andamos inmersos en el debate estéril del odio, y eso nunca es bueno para nadie. Muere un torero en la plaza o un niño torero es empitonado por el cáncer, y en las redes sociales salen un montón de energúmenos a festejar la sangre humana que tanto lamentan cuando se trata de sangre animal. Los que quieren ajusticiar la Historia siempre remueven los huesos del pasado en cunetas o tumbas y cambiando los nombres de las calles. Piensan que eso modifica el pasado cuando el presente está hecho de tantas verdades como las suyas, de mentiras piadosas con las que justificar la frustración. Es la eterna pugna entre la izquierda y la derecha, que viene de la guerra civil en España, y que se transforma en errores históricos como el desafío separatista catalán que este país va a lamentar tarde o temprano.

En España siempre andamos a la gresca, sin dejar vivir al igual, siempre buscando diferencias, siempre el racismo o las desigualdades, siempre la casta y el pueblo

Es muy triste seguir agitando los demonios de la dictadura y la república, dando validez de perfección a las imperfecciones de los sistemas hasta llegar a nuestra imperfecta democracia. Y como no somos capaces de superar esas rencillas del corazón y la memoria, resulta que confundimos la democracia española con la dictadura bolivariana de Venezuela o Cuba, la corrupción brasileña de los libertadores del pueblo con la corrupción española o la deficiente financiación de los partidos con la generalización de la corrupción de unas siglas. Y eso hace posible que se asalten capillas en pelotas, se revienten conferencias libres y democráticas o se violen derechos y obligaciones. Hasta un profesor de universidad de parte, evidentemente militante antifranquista en cuya distinción nos podemos incluir todos los demócratas, fue expulsado del Valle de los Caídos por retirar flores de la tumba de Franco depositadas por otros ciudadano con los mismos derechos y obligaciones. Es muy posible que si se hubieran retirado las flores de las tumbas de Stalin o Lenin, otro profesor universitario podría haber obrado de igual modo. Pero estar a estas alturas de mundo global sin superar esos complejos y ansias de revanchismo dice muy poco del avance de la civilización.

Y nos pasa con los grandes asuntos de Estado: con la educación, la sanidad, las pensiones, la lucha contra el terrorismo, la fiscalidad o la política exterior. Y nos pasa con lo más cotidiano, con el vecino, el inquilino, el tráfico o el fútbol. En España siempre andamos a la gresca, sin dejar vivir al igual, siempre buscando diferencias, siempre el racismo o las desigualdades, siempre la casta y el pueblo. Parece que necesitamos de esa trama para justificar nuestra pobre vida, para hacer necesaria la política y otros bienes o males necesarios. No valemos nada si no vencemos las envidias ni la ambición. Devaluamos la calidad humana de nuestra sociedad si no construimos juntos el bienestar. Es genético, intrínsecamente imputable al español medio, puro ADN ibérico que no nos deja avanzan como país.


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