Opinión

El eje de hielo de Feijóo y Rajoy

EN LA la magnífica carballeira de San Xusto, que al PP le sienta mejor que el perdido castillo de Soutomaior, los dos líderes populares disimulan hoy las tensiones del último año

COMO EN ESA ÉPOCA trabajaba en local y en economía, nunca tuve la oportunidad de cubrir el ya mítico acto de Monte Faro. Me quedé sin experimentar el sabor rural de la romería popular, que congregaba desde al cura don Felisindo, con sus dotes divinas para encargar obras por adelantado, hasta Karina Falagan, con sus cafeteras, pasando por Aznar y su círculo, en los tiempos de las etnográficas exhibiciones de Fraga y Cuiña regadas con abundantes y malgastados fondos europeos.

Comencé a asistir a este evento cuando Palmou lo trasladó al Monte do Gozo. Con el cambio sólo se ganó en proximidad a la AP9, pues el parque temático del Pelegrín no podría ser más desangelado. Guardo, eso sí, el entrañable recuerdo de una comida en la caseta de la provincia de Ourense, cuando Baltar I montó en cólera al verme comer la empanada con cuchillo y tenedor, mientras me acusaba entre risas de ser del birrete y de pisotear las más ancestrales tradiciones. 

Aunque hubo algún intento de abrir una nueva etapa en el todavía más hostil escenario de una nave de ganado del recinto ferial de Silleda, la gran cita anual de los populares gallegos acabó siendo absorbida por el acto de apertura de curso político de Rajoy, lo que constituye un plástico ejemplo de la pérdida del perfil autóctono del PPdeG tras el triunfo del birrete de Romay, a través de Feijóo, ya en la era de la boina capada.

El evento marianista arrancó primero como una comida en un pazo de Ribadumia. A partir de 2007 y para completar sus esfuerzos por agradar a su jefe, por si no llegase con llevarle la Vuelta a España al pie de su lugar de veraneo, Rafael Louzán institucionalizó el homenaje anual a Rajoy ante el castillo de Soutomaior, que el ahora presidente del Gobierno incorporó al patrimonio de la Diputación cuando como joven presidente llevaba la luz y el agua a las aldeas, como nunca se cansa de recordar. La fortaleza es bonita, pero las sombras eran escasas en las zonas de trabajo, que no resultaba cómodo. El mayor juego que dio Soutomaior llegó el 24 de mayo de 2015, cuando simbolizó el descalabro de Rajoy, que hasta perdió ‘su’ Diputación, lo que desembocó  en 2016 en la prohibición para usar el castillo por parte de la nueva baronesa, la socialista viguesa Carmela Silva.

Como alternativa el PP encontró la bella carballeira de San Xusto. donde se podría decir que se reencontró con sus esencias para unas semanas después reeditar la única mayoría absoluta de la España autonómica. La realidad resulta más prosaica, pues la pócima mágica no se hallaba a la sombra de los robles, sino en la inagotable vocación de fracaso de la oposición gallega.

Un año después nada ha cambiado. En Marea y PSdeG persisten en su competición de despropósitos por la tercera plaza. A pesar del diagnóstico de las encuestas a medida, en apariencia la sucursal socialista estaría hoy mejor, por el efecto Sánchez y la resaca de sus rivales, lastrados también por una cierta recuperación del BNG de Pontón.

Aunque se puedan seguir llenando cientos de páginas e informativos audiovisuales con la calamidad del centro izquierda, lo relevante no reside en lo mucho que se mueve en su seno, sino en donde se quiere mostrar que no pasa nada, en el eje de hielo de Feijóo y Rajoy. Seguro que ambos tratarán de disimular esta mañana en la carballeira las tensiones del último año. En el improbable caso de que dejen traslucir algo, esa pequeña parte del iceberg indicaría que lo que no aflora a la superficie es aún mucho mayor.

"Mariano no se fía de Alberto", me confesó hace tiempo una de las personas que más los ha tratado a ambos. En 2016 Feijóo salvó a Rajoy y este, para seguir sobreviviendo, no sólo no se lo reconoció, sino que permitió que los suyos eclipsasen al de Os Peares.

Un frustrado descanso tras un curso político muy complicado
La declaración en la Audiencia Nacional, la nueva hostilidad del Congreso tras la victoria de Sánchez y la moción de censura, junto con una lesión en un pie, provocaron que Rajoy llegase a principios de agosto a Galicia con ganas de descansar al máximo, pero pendiente de Cataluña, por el proceso soberanista y la huelga de El Prat. Y fue el atentado de Barcelona el que desbarató sus planes.

El asalto a las diputaciones, la incierta prioridad popular
Aunque el PP se sienta a gusto en la carballeira de San Xusto y no sea difícil encontrar voces que la defiendan como un lugar más idóneo para comenzar el curso político, los populares necesitan proclamar que cada vez les queda menos tiempo para volver al castillo de Soutomaior, no sólo para ofrecer titulares, sino como la expresión de su principal objetivo para las municipales de 2019, la reconquista de las tres diputaciones que no tienen, las de A Coruña, Lugo y Pontevedra, esta última por primera vez.

Aunque falta mucho tiempo y sobre todo se desconoce cuál será la coyuntura española del momento, en las filas del PP se observa la constatación de las dificultades que afrontarán para recuperar alcaldías urbanas, más allá de la de Ferrol, que les toca según la ley del péndulo vigente desde hace 30 años. Con el intento de quitarle la mayoría absoluta a Abel Caballero como única y nada firme aspiración en Vigo, en A Coruña y en Santiago las expectativas tampoco son halagüeñas para los populares, lo que contrasta con sus esfuerzos por presentar a sus gobiernos municipales como una calamidad pública. El PP confía en retener la alcaldía de Ourense, mientras la de Pontevedra hace tiempo que desapareció hasta de sus cartas a los Reyes Magos. Quizá podría ser Lugo el lugar más propicio para que diese una campanada además de Ferrol, gracias a que en ambas corporaciones ya está Ciudadanos, por lo que los de Feijóo no necesitarían una mayoría absoluta, ni hay enfrente un líder consolidado como Lores.

Con el para sus registros tradicionales escaso volumen de alcaldías que logró el PP en 2015, poco más de la mitad del total de Galicia, en 2019 habrá varias decenas en villas y municipios rurales pendientes de una eventual reconquista. Pero la gran cuestión está en las diputaciones. En este frente al PP siempre hay que reconocerle opciones, por su implantación y por un sistema electoral que en general le beneficia, al repartirse los escaños por partidos judiciales, muchos de ellos con muy pocos diputados en juego.

A priori la misión más complicada para el PP es la de A Coruña, porque en 2015 se quedó cuatro diputados por debajo de los 17 de la mayoría absoluta y por su debilidad en las zonas urbanas, que tienen un gran peso. 

La de Lugo es numéricamente la que tienen más a tiro los populares, pues hace dos años volvieron a quedarse a un escaño del poder, que disfrutaron unos meses por la descomposición del PSOE post-Besteiro. Pero aun así las cuentas son complejas, incluso con Agustín Baamonde de nuevo en la alcaldía de Vilalba con la exigente meta de sacar un escaño más por la Terra Chá. Y es que en el partido judicial de Lugo en 2015 el PP no bajó de milagro.

En Pontevedra los populares intentan reunificar a la derecha de Tui, con una moción de censura que no les sale. Buscar reforzarse para lograr uno de los dos escaños que necesitan. El otro debería ser de Vigo, donde están por los suelos. Pero precisarían sustituir a una Elena Muñoz que confirmaron como líder local el año pasado. En esta batalla para desalojar a Carmela Silva de la Diputación se juega mucho Alfonso Rueda, barón provincial del PP, vicepresidente de la Xunta y principal candidato de cara a una eventual sucesión de Feijóo.

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