Opinión

Así son las Bala

Anxela y Victoria, componentes de Bala


SALEN A escena como dos gatos relamiéndose sobre una cornisa, con tanta naturalidad y aplomo que uno nunca puede estar seguro de si se disponen a dar un concierto o se tumbarán panza arriba sobre las tablas, a ver las estrellas pasar. Luego echan mano de sus instrumentos, saludan brevemente sin ningún tipo de alarde literario y lo siguiente ya es una tormenta eléctrica que te eriza hasta las zonas más depiladas de tu miserable cuerpo, una descarga de ritmos suicidas y sonido agresivo que te sitúan de frente a tus propios miedos y te recuerdan un par de cosas: no has traído paraguas y las primeras filas de los conciertos nunca fueron terreno propicio para los cobardes. Así es como suelen presentarse las Bala en sociedad o al menos así lo recuerdo yo: sin artificios, sin esconderse, alérgicas a todo cuanto no tenga relación con su instinto más primario: dar caña.

Son varios e importantes los medios especializados que las citan como una de las principales revelaciones de la escena alternativa en los últimos años pero etiquetarlas no resulta tarea sencilla, de ahí que casi todos los críticos opten por acumular diferentes estilos separados por un fino guion y dejar la decisión final a gusto del consumidor. Si se les pregunta, ellas reconocen influencias del rock, el punk, el stoner, el grunge o el trash metal pero siempre mirándose la una a la otra con cierta mueca de hartazgo, como si en realidad les importase un carajo: "Nosotras salimos a dar caña, no nos planteamos mucho más que eso", contesta Anxela mientras Violeta vigila desde la distancia a su perro, un compañero bastante independiente que ha decidido meterse cuerpo entero en una fuente cercana.

Estas dos jóvenes gallegas, coruñeira la una y pontevedresa la otra, se conocieron en las primeras filas de diferentes conciertos, trabaron una cierta amistad, intercambiaron inquietudes musicales y terminaron fundando una banda que les está regalando satisfacciones inimaginables desde hace apenas un par de años. En tan poco tiempo han grabado dos discos, han girado por media España y han podido olisquear las tablas de Reino Unido, Japón o Australia. "Va todo muy rápido, quizás demasiado", apunta Violeta, "pero  tampoco nos vamos a parar". No solo el acento las delata como hijas de Breogán: las dos hablan con ese fatalismo tranquilo tan propio de la gente de mar, con la certeza de que la vida te lleva por donde a ella le da la gana y no deja apenas espacio para la objeción. "Cuando empezamos no se nos pasaba por la cabeza tocar en Japón, o en Australia, pero surge la oportunidad y te dices: por qué no. Las oportunidades hay que aprovecharlas mientras se presentan".


Estas dos jóvenes gallegas se conocieron en las primeras filas de diferentes conciertos


Mientras charlamos comparten una cerveza —el camarero no aparece por ninguna parte— mientras Kurtco, el perro de Violeta, ha decido que es buena hora para la siesta y se acomoda en un rincón de la terraza en la que hemos quedado. Desde la primera vez que las vi en directo me impactó una naturalidad más o menos impostada, como si todo estuviese preparado sin demasiada intención pero con el andamiaje propio de quien sabe muy bien lo que se hace. Además de rápidas, crudas y agresivas son precisas, muy precisas, empastados sus instrumentos como si llevasen medio siglo tocando juntas y el otro medio esperando conocerse. Cuando lo comento se ríen las dos, entiendo que de mí: "No creas, en realidad ensayamos mucho menos de lo que nos gustaría", dice Anxela. "Alguna vez incluso nos equivocamos con el setlist y cada una tira por su lado pero reaccionamos rápido, eso sí". Lo negarían delante de un juez porque no es la actitud que se estila en el ofi cio, el rock exige malas caras y odio al semejante, pero son infinitamente riquiñas en la acepción más gallega y genética de la palabra.

Su paso por uno de los escenarios del Resurrection Fest, el pasado mes de julio, fue comentario habitual entre muchos de los asistentes. Horarios tempranos, el sol golpeando sin piedad, polvo  en el ambiente… Quien sale airoso y pone al público en movimiento bajo tales circunstancias atesora el don divino del directo y ellas dos lo tienen, posiblemente por duplicado. "Salir a tocar es una necesidad. Sienta de maravilla sacar todo lo que llevas dentro y reventarlo contra la batería", me cuenta Violeta mientras mira la mesa como si fue un timbal y estuviese a punto de confi rmar, con hechos, lo que está diciendo. "En el escenario te olvidas de todo, es como una terapia y encima nos pagan", sentencia Anxela. Me acuerdo de esas noticias del telediario en las que informáticos o empleados de banca destrozan cosas a martillazos por cuenta de la empresa, para aliviar tensiones, pero prefiero callármelo a quedar como un imbécil.

Les gustaría que no les colgasen la etiqueta de banda femenina pero lo aceptan como algo inevitable. Como en el resto de la sociedad, el machismo sigue campando a sus anchas entre público, industria y compañeros de profesión pero ellas lo sobrellevan con cierta naturalidad. "Somos feministas y estamos en la lucha por la igualdad, evidentemente, pero precisamente por eso queremos que la gente nos vea como músicos, sin más". Valoran positivamente iniciativas como la  del Femme Fest, un festival pensado para dar visibilidad a bandas compuestas exclusivamente por mujeres, pero no creen que en ese camino se encuentre la solución. "Es una buena iniciativa pero solo como primer paso. A veces se hace necesaria esta especie de discriminación positiva pero lo ideal sería avanzar en la igualdad de oportunidades, algo que no todavía no se estila, por desgracia". Intento hacer memoria de cuántas mujeres he visto en los diferentes festivales a los que he asistido este verano y no puedo más que darles la razón. Violeta aprieta los dientes como si se estuviese guardando algo y al final se arranca: "Me da mucha envidia, por poner un ejemplo que es una gilipollez, cuando veo a un batería quitarse la camiseta. A mí me encantaría quitármela pero si lo hiciese ya sabemos cuál sería el comentario, ¿no?".

Nos damos la mano, nos despedimos, y de camino a casa pienso en cómo terminar esta especie de entrevista. Frente al portal, me encuentro a una señora que lucha porque su nieto no se meta en la boca una golosina que se le ha caído al suelo pero ante la insistencia del pequeño dictador desiste de sus intenciones y le permite comérsela: "Total, lo que no te mata te hace más fuerte". Así son las Bala.

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