Opinión

Radical moderación

LA MÁS ATREVIDA radicalidad en estos momentos de la vida política y social es la de expresarse y posicionarse desde la sensatez y la moderación. No hay espacio ni eco para quien habla desde el sentido común, para quien entiende que hay más enfoques que el unidireccional de la ideología o la consigna. Estas tertulias televisivas de griterío, insulto y descalificación, y estas estrategias de los dos grandes partidos tradicionales de acentuar la confrontación desde los extremos, nos llevan a la incapacidad para el diálogo y el pacto. Es la política de líneas rojas y cordones sanitarios frente al competidor; la de la exclusión del contrario y la de la consigna como dogma ante la falta de poso ideológico asentado en el conocimiento, la formación y el estudio. Ángel Gabilondo, comprometido desde una ideología progresista y en la disciplina del PSOE sin carnet de militante, formuló el diagnóstico de la radicalidad de la moderación en el contexto político actual. El señor Gabilondo, dialogante como lo demostró en el ministerio de Educación, es un ejemplo de esa radical moderación. Esa fue en buena medida la base que permitió los consensos en la transición. Los avances no se producen –no deben producirse– pisoteando al que piensa diferente, al que se opone. Hay que dar primacía al diálogo para llegar a puntos de encuentro comunes. Al diálogo, decía Pedro Laín Entralgo, han de ir la partes en disposición de ceder, de no imponer, ya que saben que la posesión de la verdad absoluta no es patrimonio de nadie. No es relativismo táctico. Es aceptar que los valores de la mayoría nacen de esa capacidad para el encuentro de los diferentes, de los contrarios. Hemos suprimido los dogmas religiosos y morales para imponer absolutismos excluyentes en política –la verdad es el sometimiento al aparato de mando– y para marcar en lo políticamente correcto normas como valores a los que hay que so meterse acríticamente.

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