Opinión

Prólogos que no se leen

LA CULTURA del happy end -el desenlace feliz- que domina Occidente, como un final de Hollywood, y la falta de experiencia directa por las actuales generaciones de la vivencia de las grandes tragedias que afectaron a Europa y a España, son condiciones que conducen a que nos resistamos a una visión que demande individual y colectivamente prevención y alerta. Son varios los escenarios de riesgo del momento actual. No se vea como visión pesimista, si esta implica aceptación o resignación de lo inevitable. Antoni Puigverd publicó un artículo bajo estas premisas, centrado fundamentalmente en la cuestión catalana. "De los bancos a los matrimonios, pasando por los sistemas políticos, casi todo se estropea de la misma manera: primero poco a poco y luego de repente".

Si se repasan los diarios de Gaziel -el periodista "al que ambos bandos quisieron asesinar" en la España del 36, según él mismo escribió-, como estudiante en París en los días en que estalla la Gran Guerra (Diario de un estudiante), si se vuelve sobre algunas páginas de El mundo de ayer, de Stefan Zweig, o a los periódicos españoles de la primera quincena de julio de 1936, no se encuentran alertas directas ante los inmediatos desastres que llegaron.

Todo se explica con lógica cuando ya se produjo el desenlace. Cuando todo se desmoronó, sea la metáfora de un banco o un matrimonio. También con los sistemas políticos. Preston estudia y escribe ahora la destrucción de la democracia en España (Debate) que se cocinó irresponsablemente hasta llegar a la Guerra Civil y a cuarenta años de privación de libertades. Puigverd sostiene, parece que con acierto, que la "insensatez incendiaria de los jóvenes líderes españoles", todos juegan a tensar la cuerda al máximo, solo se entiende por reducir la Guerra Civil a "una película de buenos y malos" y por falta de experiencia del dolor y el desastre. Deberían leerse las letras de los prólogos.

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