EL «NO PASARÁN» que desde la izquierda extrema pronunciaron en la noche del domingo y continuó el lunes frente a la llegada de Vox al parlamento andaluz es respuesta de quien necesita los extremismos para encontrar eco. Y es un desprecio al voto ciudadano cuando este no coincide con las posiciones e intereses de quien lo pronuncia. El «no pasarán» no es una proclama en favor de las libertades cívicas y políticas. Será expresión de la negativa a analizar y a buscar argumentos creíbles a los resultados, por no tocar, para que no suene a tópico frente a tópico, el fondo ideológico que refleja esa llamada. Necesario y urgente era, hace ya mucho tiempo, el cambio en Andalucía por salud democrática y profilaxis social y económica. De esos polvos, con algunos ingredientes más del marco político y social general en España, vienen estos lodos que amenazan ingobernabilidad y choque de extremos. Los 12 diputados de Vox se convirtieron en el gran tema para políticos, opinadores, analistas y hasta para los medios de otros países. El número de diputados puede ser la sorpresa, pero el apoyo de sectores del electorado a una formación como Vox es previsible para quien siga con mínima atención el acontecer sociopolítico español. Hay causas objetivas en la situación española, y algunas específicas en Andalucía, que hacen germinar el apoyo electoral a posiciones que ahora chirrían. Si, además, desde la derecha constitucionalista se alimentaron y encendieron sentimientos y posiciones en esa dirección, no deberían sorprenderse de que les haya aparecido un competidor con identidad propia por la derecha de la derecha. Susana Díaz hizo también su aportación: metió por tierras andaluzas a Cataluña en campaña mientras se vestía día y noche de verde y blanco. Además, el riesgo de la reacción-respuesta excesiva, extrema, es propia de una sociedad como la actual en España, que renuncia al debate, a escuchar y respetar a quien no piense y opine dentro de las coordenadas que marcan los prescriptores de lo políticamente correcto.
