INTERESA FUNDAMENTALMENTE lo que nos espera en 2017 más que lo que ha sucedido. En opinión, parece que generalizada, el año que termina deja dominio de malos acontecimientos. Si nos centramos, antes de nada en el escenario más próximo, Lugo necesita consenso entre las fuerzas políticas mayoritarias y las diferentes administraciones. Implica un cambio del ejercicio que vino predominando en la política sin que obligue a renuncias de lo que supone concepciones y posiciones diferentes. No es esa la cuestión. Es la primacía de un tactismo de más que dudoso beneficio en votos para quienes lo practican, que distrae a la ciudadanía y a las fuerzas sociales; genera parálisis al tiempo que tapa la falta de gestión, y deja inversiones o realizaciones de dudosa viabilidad o necesidad. Hay un reto para un consenso que, gobierne quien gobierne, defina no más de dos/tres ejes estratégicos, a los que aplicarse. Una apuesta por una dinámica de crecimiento económico que frene la pérdida de población en la provincia. La provincia de Lugo necesita igualmente consenso para definir las demandas —en las instituciones, en la calle y en el ejercicio político— de inversión pendientes en infraestructuras. Debería situar en primera línea la apuesta por el tren: las líneas y la intermodalidad real, que no se identifica con la obsesión por los edificios, acabar con la vergüenza de la A-8 entre Abadín y Mondoñedo y poner remedio a la parálisis de las obras de la autovía entre Palas de Rei y Lavacolla. En Galicia aparecieron señales de la voluntad de construir en común, de sumar fuerzas a la tarea conjunta. Va a resultar difícil que la invitación de Núñez Feijóo encuentre apoyo real en la oposición. El año que empieza viene cargado de riesgos, de auténticos test en España y en el mundo. El proceso catalán, 40 años después del regreso de Tarradellas, aparece con difíciles salidas. La toma de posesión de Donald Trump el próximo día 20 abre un interrogante. Es cuando menos un cambio. Europa será escenario de elecciones importantes.
