Opinión

Debería ser muy fuerte para todos

LA APERTURA DE ‘'Es Domingo'’ en El Progreso de hoy se ocupa de los jóvenes titulados que cogen el avión a Gran Bretaña o a otros países europeos ante la falta de perspectiva de trabajo aquí. Es emigración, aunque antes afortunadamente hayan vivido como estudiantes de Erasmus. Nada que ver esta realidad con aquellos antepasados que hace cien años embarcaban en Vigo o A Coruña rumbo a Buenos Aires o La Habana. Era el adiós, hacia lo desconocido. Estos jóvenes de hoy, con titulación universitaria y cierto conocimiento de lenguas, que se suben a un avión a Londres, con el teléfono móvil y el ordenador, están también muy lejos de sus inmediatos predecesores en el camino de la emigración: los gallegos que en la década de los sesenta del pasado siglo se fueron a Europa, con demasiada frecuencia para trabajar en situación irregular en Suiza o Alemania. Fuimos y somos un país de emigrantes. Fuimos también un país que experimentó en cientos de miles de personas las condiciones de refugiados, que huían vencidos y los encerraban en campos de concentración en el sur de Francia. Por eso, la realidad de quienes huyen de la guerra, la muerte o la persecución en Siria no nos puede resultar indiferente, aunque geográficamente sea una experiencia lejana en este extremo atlántico de Europa. Cuando el Papa regresaba ayer de Lesbos declaró en el avión que «es muy fuerte» para él la experiencia que acababa de vivir en un campo de refugiados. Muy mejorado, ante la visita del Papa, de la cruda realidad diaria. La inhibición de Europa ante un drama humano, equiparable en número al de la Segunda Guerra Mundial, debería resultar intolerable para la ciudadanía europea. El viaje del Papa se justifica solo con el objetivo de llamar la atención al mundo, de volver los focos de las cámaras hacia ese drama. Esta vez el Vaticano no guardó silencio políticamente correcto como ante el exterminio de los judíos bajo el nazismo.

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