Opinión

El legado de Gómez Besteiro

EL PALACIO de San Marcos, sede de la Diputación de Lugo, fue conocido durante un cuarto de siglo como la Casa Grande, un feudo inexpugnable, dirigido al más puro estilo presidencialista por el inefable Francisco Cacharro Pardo. La ‘fortaleza’, incrustada desde 1866 en el centro del casco amurallado de la capital de la provincia, era totalmente ajena para los miles de personas que diariamente pasaban por delante desde que se convirtió en pazo provincial. Estaba fuertemente protegida de miradas ajenas, siempre molestas, y la consigna era pasar desapercibidos, salvo cuando nos interese. La discreción era tal, que hasta se construyó un ascensor que, todavía hoy, comunica el aparcamiento del sótano con la antesala del despacho presidencial, para que por allí pudiese desfilar el personal sin que nadie se enterase.

La prensa no estaba bien vista en la Casa Grande y, salvo los plenos, que tienen que ser públicos, prácticamente lo único que trascendía de la labor de la Diputación de Lugo eran los tochos de las actas de la junta de gobierno. Y, para eso, el orden del día de estas reuniones estaba constituido fundamentalmente por cuentas justificativas del Plan de Cooperación con las Comunidades Vecinales, un instrumento que durante años sirvió a Cacharro para regalar infraestructuras a discreción y que le dio grandes réditos políticos. Salvo eso, de lo único que se informaba a los medios de comunicación, a pesar de que la Diputación fue durante décadas la única institución lucense con gabinete de prensa, era de los progresos con el campus universitario, un proyecto en el que hay que reconocer que Cacharro puso todo su empeño para convertirlo en una realidad como es en la actualidad.

El socialista abrió la Diputación a los vecinos y el que le sustituya no podrá dar marcha atrás

Esa política oscurantista y absolutamente centralizada en la figura del presidente -ningún diputado del grupo de gobierno se atrevía a abrir la boca sin su permiso- se transformó radicalmente cuando, tras un golpe de mano organizado desde dentro de su propio partido, Cacharro cayó en desgracia y fue descartado para continuar en el cargo. Entonces, todo cambió, y los viernes, a las doce de la mañana, tras la junta de gobierno, el presidente de la Diputación se tomaba un café con los periodistas como si fuesen colegas de toda la vida. Eran unas ruedas de prensa en las que Cacharro hablaba de lo humano y lo divino y no perdía la ocasión para repartir mamporros entre sus compañeros de partido, a nivel local, provincial, autonómico y estatal, para que nadie se quedase al margen de sus comentarios, en algunas ocasiones muy ocurrentes.

Pero, el PP no consiguió la mayoría absoluta de la corporación provincial en las elecciones de 2007 y el control de la Diputación pasó a manos de un bipartito (PSOE-BNG), presidido por José Ramón Gómez Besteiro. La gestión del primer socialista que dirige el ente provincial tiene sus luces y sombras, como cualquier otra; aciertos y desaciertos, simpatizantes y detractores, pero lo que es evidente es que su llegada supuso una transformación radical, abriendo las puertas de la Diputación a los ciudadanos.

El propio Besteiro reconoce que la remodelación de la plaza de San Marcos y la apertura al público de los frondosos jardines que dan a la muralla fue algo simbólico, pero con mucho significado, porque representó una nueva forma de hacer política, más cercana al ciudadano y, sobre todo, convirtió el palacio de San Marcos en un lugar habitual para los lucenses, en el que se desarrollaron actividades culturales, sociales y hasta mercadillos de productos autóctonos.

De ser una institución que el propio Valedor do Pobo calificaba de «hostil» y «entorpecedora», se convirtió en una de las más transparentes de España.

Pero, la transformación fue más allá de lo simbólico, porque de ser una institución que el propio Valedor do Pobo calificaba de «hostil» y «entorpecedora», se convirtió en una de las más transparentes de España. Esto no ha evitado que la oposición acusase a Besteiro de no facilitarle toda la información que reclamaba y hasta el Valedor do Pobo recriminó a la Diputación que en el listado de facturas pagadas por orden de Presidencia no constase el concepto del gasto. En esto, Besteiro parece que aplicó el dicho: «Dios nos manda querernos como hermanos, no comportarnos como primos».

Besteiro se va y atrás deja un legado de ocho años, discutible, como todo en política, pero que ha supuesto un cambio profundo en una institución anquilosada en sus orígenes decimonónicos. En mayo hay elecciones y el palacio de San Marcos tendrá nuevos inquilinos a las órdenes de alguien cuyo nombre todavía no se conoce. Pero da igual, porque sea Elena Candia, Lara Méndez, González Santín, Raquel Arias o cualquier otro, el que ocupe el sillón no podrá volver a cerrar las puertas de la Diputación a los cuidadanos, como lo estuvieron 25 años, para solaz de unos pocos.

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