Opinión

Aquella tradición del San Froilán de ir a comprar una vara

Permítanme los amables lectores de ‘El Progreso’ que tienen conmigo la cortesía de prestar atención a las cosas que aquí enjareto, que hoy rebase el asunto de la actualidad inmediata o política, y abra la espita de lo sentimental, en estos tiempos del San Froilán donde tantos recuerdos se le reverdecen a uno como yo, nacido en el número 10 de A Ruanova, cosa de que la que llegué a presumir en una conferencia en el Campidoglio de Roma, en su Ayuntamiento, donde les mostré fotos de nuestra querida ciudad. Los lucenses transterrados como yo, o sea, que dejamos de vivir aquí hace muchos años, nunca perdemos el vínculo perpetuo con la muralla. Me gusta citar cómo conservaba Lugo el sentido romano de la urbe. Cuando pasaba un amigo por la calle Monforte, donde jugábamos los rapaces, desde el barrio de Paradai, y le preguntábamos a dónde iba, siempre respondía ‘A Lugo’. Ir a Lugo era a pues entrar en la urbe por la puerta falsa.

La tradición de comprar la vara
La tradición de comprar la vara

No sé si en estos tiempos se conserva una de las más queridas tradiciones del San Froilán rito anual para los chavales de mi tiempo: ir al campo de la feria a comprar una vara. Yo acumulé varias y todavía conservo una milagrosamente salvada en el desván de la casa de mi madre. Otras veces me he referido a que los de antes gustamos en denominar a estas fiestas con el nombre completo de lo que fueron, pues era como una de las más rurales fiestas urbanas de Galicia, por lo tanto ‘Ferias y Fiestas de San Froilán’, por lo que primero fueron ferias, famosas  por cierto, pero tan bulliciosas, que el maestro Anxel Fole nos dejó por escrito que por estas datas solía ausentarse de la ciudad. Luego, los paisanos que regresaban de la feria al lugar donde temporalmente residía le contaban cómo había resultado la cosa.

Dentro de la cultura antropológica de Galicia, donde como dice Cunqueiro lo tangible es Roma (El subraya que Roma es el Derecho, la calzada, la ciudadanía, la lengua y lo esencial, el vino, y que los gallegos somos para bien unos celtíberos romanizados) en aquellas ferias era todo un espectáculo ver como los paisanos cerraban ‘el trato’, como se hacía en Roma, con el apretón de la mano que sacudían tres veces. Realmente aquellas ferias eran un escaparate de la Galicia rural y una exposición de su artesanía más representativa y útil. Y estaba los que vendían varas, de avellano o de otro árbol noble. Todo Lugo pasábamos por aquella feria que era parte y emblema de aquellas fiestas.

Alguna vez ya he citado que en el recuerdo que pueblan mi memoria de niño de los años cincuenta, hay elementos imprescindibles. A saber: la churrería de Galiano, la tómbola del Cubo, el tinglado de ‘Barriga Verde’, los coches de choque, el ‘Teatro Argentino’ (primera ventana abierta al mundo del pecado por la que felizmente tantos entramos o salimos, según se mire), la pesca americana, el fotógrafo del avión, el paraguas luminoso de Santo Domingo, la carrera de motos, la cámara de la suerte —en la que se encendía una bombilla y sonaba un timbre cuando auguraba a los paisanos su futuro— y sobre todo, la feria en el campo de su nombre. Aquel San Froilán desprende efluvios vitales de ganado, de trato entre paisanos, de pulpo con cachelos (a precio más razonable), de vara da avellano, de ‘fazai’ intentando dar el timo. Hace muchos años que o puedo disfrutar el actual, por eso me consuelo recordado como era cuando me llevaban a comprar la tradicional vara al Campo de la Feria.


 

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