Opinión

Mentiras groseras y falsas apariencias en Cataluña

LA POLÍTICA nacional ha llegado al absurdo: Por lo visto que el presidente de una comunidad autónoma en un acto público saluda al jefe del Estado es un algo excepcional y evidencia del “deshielo” entre dicha institución y la Corona. Ya nada sorprende luego de que un breve paseo de unos segundos junto al presidente de los Estados Unidos y un breve encuentro de cortesía junto con otros mandatarios se convierta en una reunión de Estado donde se abordan, sin cronómetro, importantes cuestiones de interés para ambos.

En el primer caso, la mera cortesía es algo excepcional. A propósito de esto, recordaba yo que en el capítulo LXXII de El Quijote, Cervantes escribe: “Me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”. Y ya, cita menos conocida, en las “Novelas ejemplares” (Las dos doncellas)  dejó escrito:  “Admiróles el hermoso sitio de la ciudad, y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande y famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo”

No creo yo que a Aragonês la suenen las citas, pero su gesto es una evidencia del daño que estos talibanes han hecho a la propia esencia de lo que en tiempos fue ejemplo de civilidad. Las amables crónicas que relatan el saludo del president al jefe del Estado pretenden extraer conclusiones que el sentido común o la mera observación de los hechos no confirman.

Tanto en el caso del mero saludo de forzada cortesía de Aragonès a Felipe VI y sus precipitadas conclusiones, si las ponemos en relación con los hechos cotidianos, como en las versiones oficiales del encuentro de Sánchez con el presidente Biden viene a cuento recordar la cita de Alfred Adler, uno de los fundadores de lo que se denominó “Psicología profunda”, quien escribió: “La mentira no tendría ningún sentido, a menos que consideremos la verdad como algo peligroso”.

Sería bueno que los políticos y sus turiferarios en general tengan en cuenta, como decía Ortega, que “los españoles no somos una masa de bóvidos”, a los que se pueda considerar absolutamente estólidos, sino por lo general personas cabales y con sentido común, con criterio y sentido de la realidad. Lo que ha quedado claro en el gesto de Aragonës en la reunión anual del llamado Cercle d'Economia. (EFE), cuyo contacto con el Rey no pasó de dos minutos sin muestra alguna de cordialidad, sino de envaramiento (aunque fue bastante más de lo que Sánchez estuvo con Biden). Para empezar, el respeto institucional, como primera autoridad de la comunidad, Aragonès debería haber recibido al jefe del Estado a la puerta del hotel y acompañarlo en todo momento, incluida la cena, acto esencialmente social, a la que no se quedó. Así que no echemos las campanas al vuelo, porque las cosas siguen como estaban, y si tenemos dudas, remitámonos al discurso cotidiano del mismo personaje que acude raudo a Bruselas a visitar al president exiliado que sigue moviendo desde allí gran parte de los hilos del tinglado. La Generalitat no ha cambiado su política con respecto a un jefe del Estado que, como ha dicho la presidenta del Parlament Laura Borrás “No es nuestro Rey”. Ayer mismo se quemaron retratos del Rey en Barcelona y Jordi Sànchez o Jordi Turull, dos justiciables a quienes Sánchez va a indultar como gesto hacia para la normalización, dedicaron espacios en las redes criticando la presencia del Rey en Barcelona. Esto es la realidad. Conviene decir otra cosa, pero no nos engañan.