Opinión

El día que se habló de Lugo en el Campidoglio de Roma

Los lucenses ‘transterrados’, es decir, los nacidos en esta amada ciudad, pero a quienes la vida nos ha llevado a rodar por el mundo y a vivir en otro lugar, llevamos con generalizada coincidencia como divisa ser de donde somos y proclamar donde proceda que somos ciudadanos de la capital del Convento Jurídico de Lugo de la Gallaecia Romana. Acogido a la hospitalidad de las páginas de El Progreso, el primer periódico en mi vida sobre el que se posaron mis ojos, permítanme que les cuente una historia sentimental, de la que estoy muy orgulloso de aquel día en que, en el mismísimo Palacio Senatorio, en el Campidoglio de Roma, el Ayuntamiento, donde se firmó en su día la constitución del Mercado Común Europeo, y en el mismo solemne espacio, presumí en un congreso internacional de ser un galaico lucense peregrino que retornaba a Roma.
Ahora que, jubilado como profesor universitario, que nunca como periodista, ando ordenando viejos papeles y recuerdos, útil ocupación donde entretenerse en estos tiempos de retiro, quiero contarles lo que pasó hace unos años en un congreso internacional de protocolo en Roma, del que fui uno de sus ponentes. Me correspondía a mí hablar de los usos y tradiciones de la hospitalidad latina y del modo en que la herencia de Roma pervive en determinadas costumbres de nuestra vida cotidiana, empezando por la influencia del papel del anfitrión y la influencia de la cultura romana en determinados actos solemnes.

Por ejemplo, cuando el comandante de un buque de guerra español o italiano preside el almuerzo en la cámara de oficiales, y observa que la conversación deriva por caminos no adecuados, invierte, o sea, da la vuelta a su copa, lo que significa que se debe cambiar de conversación. ¿Y por qué lo hace?, pues porque el anfitrión romano cuando advertía la misma inconveniencia vertía agua sobre el mantel para indicar que no era el lugar adecuado para seguir con el asunto tratado y que se cambiara de tema.

Una losa de la muralla en los foros imperiales

He de contar que, como sabía que el Campidoglio de Roma en su parte posterior tenía un acceso a los foros imperiales, días antes de viajar a la capital que fuera del mundo lo hice a Lugo y me proveí de un pedazo de una losa de nuestra muralla que encontré en el adarve. Y lo llevé conmigo. Una tarde, en medio de las sesiones del congreso, bajé al foro imperial con mi pedazo de losa lucense, acompañado por otros ponentes de Portugal, Brasil, Argentina, Venezuela y Guatemala, y con toda solemnidad coloqué el pedazo de losa en un lugar discreto, al tiempo que explicaba a mis colegas que era el homenaje personal de un romano de Lugo a la ciudad de donde procede nuestra cultura, nuestro derecho, de la civilización en suma. Fue muy emocionante.

Como saben, en Italia hay otra ciudad que se llama Lugo, de la provincia de Rávena, en Emilia-Romaña. Curiosamente, es ciudad famosa por sus museos, y también celebra como en nuestro Lugo una feria en octubre que coincide en algunas fechas con la nuestra. Por eso destaqué que yo venía del otro Lugo, el de Galicia.
Pero lo mejor estaba por venir. El día que me tocó mi conferencia, en la introducción, luego de que leyeran mi currículum, desde la tribuna situada al lado del busto de Dante, presente en el salón de actos del histórico lugar, ilustré mi ponencia con una serie de fotografías de Lugo, especialmente de la muralla y expliqué que yo era uno de tantos hijos de la presencia de Roma en el mundo, conté lo de la losa y relaté lo orgulloso que estábamos los lucenses de nuestro origen, de los numerosos vestigios que conservamos de nuestro pasado, de nuestro museo y de nuestro peculiar modo de ser. 

Los aplausos del público, esencialmente romano, me interrumpieron varias veces, mientras a mí que costaba dominar la emoción. Entre las cosas que más les sorprendió era el relato de una costumbre que teníamos los chavales de Lugo de los años 50. Aunque yo nací en el número 10 de la Rúa Nova, luego mi familia se trasladó a la calle Monforte, en la zona de Paradai, por donde corre mi infancia. Los chavales que estábamos jugando a la billarda cuando veíamos pasar a un amigo y le preguntábamos a dónde iba, este respondía siempre «Vou a Lugo». Es decir, iba a la urbe, como se decía en Roma cuando entrabas en la ciudad. Para nosotros, ir a Lugo era traspasar la puerta Falsa. No sé si hoy se sigue la costumbre.

Pero la apoteosis de mi conferencia fue cuando puse fotos de la casa donde naciera, en la Vía Lata o Rúa Nova, y expliqué que en el bajo hay una taberna que se llama Ave César, «los que van a beber te saludan», e invoqué el conocido aserto, atribuido a Julio César: «Beati Hispani quibus bibere vivere est», que quiere decir: «¡Dichosos hispanos, para quienes beber es vivir!» 

Con ese carácter singular de los romanos de Roma, hasta alguno de los presentes se levantó a darme un abrazo, mientras el público se puso en pie para aplaudirme.
Con ese cordial clima en el salón dicté mi conferencia sobre el asunto que se me encomendara sobre la evolución del banquete ceremonial en nuestro tiempo, como parte de determinados actos sociales, de empresa o públicos, los discursos y todos los aspectos relacionados con el protocolo y el ceremonial de Estado, de las empresas y las instituciones.

Y así siguió el clima favorable, y cuando di por terminaba mi conferencia acabé con el tradicional saludo «¡Salve Roma!» Pasé un buen rato haciéndome fotos con algunos calurosos romanos, incluidos dos guardias municipales.

Y pocas veces en mi vida me he sentido tan orgulloso por ser un lucense nacido en la Rúa Nova. ¡Salve, Lugo!

Comentarios