Opinión

Vigo-Oporto, un tren rápido que se demora

Como en el poema de Benedetti, en Portugal el sur y el centro también existen, pero el norte es el que ordena. Por eso el gobierno portugués prioriza el eje de alta velocidad ferroviaria Oporto-Vigo, que en un primera fase unirá ambas ciudades en un trayecto de una hora para reducirlo hasta los cuarenta y ocho minutos cuando esté resuelta la salida sur viguesa. La conexión directa de Lisboa con Madrid está aplazada ‘sine die’ porque a nuestros vecinos no les urge tanto conectarse con la Meseta y la capital de España. A día de hoy, el país vecino no tiene en servicio ni un solo kilómetro de AVE, pero ha diseñado para la próxima década un ambicioso plan de infraestructuras ferroviarias que dará un vuelco a sus precarias comunicaciones internas, vertebrando un vasto territorio entre Lisboa y Galicia, el más rico y el más poblado.

Y el caso es que en Portugal impera el centralismo, solo en parte contrapesado por el poder de los municipios. Lisboa concentra todo el poder político, frente al indiscutible poderío económico de Oporto y su área metropolitana. En el referendum de 1998, con una pírrica participación, los portugueses dijeron no a la regionalización que poco tenía de ambiciosa si la comparamos con nuestro estado de las autonomías. Sin embargo, en su caso los gobernantes portugueses han tenido de siempre una clara conciencia sobre las potencialidades de la llamada Eurorregión Galicia-Norte de Portugal, que gracias al empeño de las dos orillas y en gran medida a la cooperación transfronteriza con respaldo comunitario, genera un ámbito mucho más dinámico y próspero que los situados al sur del Duero y no digamos del Tajo. 

También es justo reconocer el trabajo del Eixo Atlántico, que se define a sí mismo como un ‘lobby político’, capaz de influir en la toma de decisiones más a un lado -el portugués- que al otro de la frontera. Durante años fue poniendo la simiente del entendimiento por el interés común y poco a poco, no sin tiempo, empieza a recoger los frutos de una labor no pocas veces incomprendida por unos gobiernos centrales, que por norma tienden a pecar de ombliguismo. Además, en el caso de España el poder económico y político mesetario, con una cierta mirada estrávica, apostó siempre más por el arco mediterráneo que por el atlántico, como si la condición de finisterre justificase por sí misma la marginación y el aislamiento del brumoso y abrupto Noroeste, que para más inri carece del peso demográfico y por ende político de otros territorios. 

España no solo es Madrid, es mucho más. El primer ministro portugués, el socialista Antonio Costa lo tiene claro. Con esas palabras reiteró hace poco ante dos centenares de empresarios españoles y lusos el propósito de su gobierno de tener en marcha para 2025 las obras del trazado del eje atlántico que permitirá, unos años después, viajar en tren rápido desde Lisboa a Coruña o Ferrol. Pero el gobierno de España también tiene que poner aún mucho de su parte. Debe comprometer en firme las inversiones pertinentes, para que los plazos se vayan cumpliendo y las intenciones dejen paso a las realidades. Porque lo cierto es que el proyecto de conexión ferroviaria Vigo-Oporto lleva por lo menos dos décadas de retraso. Tardó en arrancar por indecisiones y por la cortedad de miras (o la miopía) de quienes no acaban de asumir que, en este mundo global, la península ibérica solo tiene futuro, si no unida, al menos integrada. Geográficamente estamos unos frente a los otros, pero condenados a entendernos. Y por algo hay que empezar. 

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