Opinión

La seducción, arma lingüistica

A qué negarlo. Vamos por ese camino. Es probable que algún día el castellano supere al gallego como la lengua más usada en Galicia. Pero, diga lo que diga el Instituto Nacional de Estadística (INE), todavía estamos lejos de ese horizonte, más lejos de lo que algunos agoreros creen. Por el contrario, hay razones, también de índole estadística, para un optimismo razonable y es que el porcentaje de gallegohablantes parece haberse estancado en los últimos años, aunque su distribución por edades abona la perspectiva. A pesar del efecto demoledor del declive democráfico, la tendencia aún puede ser revertida. Para ello, además de un verdadero y firme compromiso de los poderes públicos (y de la propia sociedad civil), haría falta que la juventud gallega se decidiera a emplear en el día a día el idioma de sus ancestros. Y que lo haga por voluntad propia, con normalidad, porque sí, porque le da la gana, sin que nadie se lo imponga.     

Los últimos datos del Censo de Población y Viviendas hechos públicos por el Ine carecen de la fiabilidad y el rigor que le atribuyen quienes los han aprovechado estos días para volver a denunciar la dramática situación la lengua gallega. No salen las cuentas, a decir de algún estudioso del asunto que se detuvo a analizar en detalle las tablas de resultados de la encuesta oficial. Si al porcentaje de los que dicen hablar siempre o frecuentemente en castellano con su familia, un 64%, se le suma el 57% que aseguran hacerlo en gallego, el total da un 121%. Además, las opciones de respuesta a las preguntas del encuestador —que se formulan por separado para cada idioma— no ayudan precisamente a sacar conclusiones serias.

Las generaciones que vienen no perciben como dramática la posibilidad de que la lengua de Rosalía acabe siendo minoritaria, residual o se extinga. El desastre no se evitará con imposiciones

Se le atribuye al sistema educativo —y a la política lingüística de la Xunta— la responsabilidad de que los niños que entran en las aulas hablando gallego se conviertan al poco tiempo, irremisiblemente, en castellanohablantes. Eso es algo que confirman las familias afectadas, que en su mayoría acaban resignándose ante una dinámica frente a la cual poco o nada pueden hacer que no sea seguir hablando con sus hijos la lengua propia de Galicia y fomentándoles el amor por ella. A pesar de todo, no está tan claro que el principal factor ‘desgalleguizador’ sea la escuela cuando el profesorado es de los sectores más sensibilizados y comprometidos con la causa idiomática, si no el que más. Hay otros factores que influyen en esa dinámica, sobre todo la avasalladora primacía del castellano en el ámbito audiovisual, en el mundo digital, en el ocio en general.

Lo que ya nadie discute es que la inmensa mayoría de los adolescentes y los jóvenes gallegos que pueblan los institutos y las universidades saben hablar y escribir gallego perfectamente. De hecho lo hablan en algunos ámbitos y circunstancias, cuando lo consideran pertinente u oportuno. Sin embargo, no es su lengua habitual. No es la que suelen usar en su casa o en las relaciones sociales. Ahí manda el castellano. Sea o no correcto hablar de bilingüismo, el caso es que ambos idiomas conviven con una cierta normalidad entre la gente madura. Y —he aquí lo más acuciante— las generaciones que vienen detrás no perciben como dramática la posibilidad de que la lengua de Rosalía acabe siendo minoritaria, residual o se extinga. El desastre no se evitará con imposiciones. A la gente moza es a la que hay que ganar para la causa. Y el mejor camino, el más eficaz, es la seducción. De ahí al compromiso activo apenas hay un paso. 

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