Opinión

La ruptura interminable

Tal vez hubo un pacto, pero ni hubo equipo, ni hubo gobierno. Lo del PP con Jácome en el Concello de Ourense no llegó ni a matrimonio político de conveniencia. Si acaso un matrimonio forzoso, en el que por no haber no había ni siquera un mínimo respeto mutuo. De confianza, nada de nada. Los ediles populares, encabezados entonces por Jesús Vázquez, no tuvieron más remedio que dar apoyo al líder de Democracia Ourensana para no perder la Diputación. Por lealtad a Baltar y al partido, asumieron con resignación investir alcalde a un personaje al que en el fondo detestaban y al que incluso algunos, a título personal más que político, guardaban rencor. Sin embargo, lo de cogobernar con él se les hizo muy cuesta arriba desde el minuto uno. Y no lo disimulaban. Trataban de sobrellevarlo con un mínimo de dignidad, aunque saltaba a la vista lo mucho que ese esfuerzo tenía de impostado.

En el fondo, la primera ruptura constituyó un indisimulado alivio para los ediles populares. Jácome les dio la cuartada perfecta con el estallido interno de su partido y las graves acusaciones (de prevaricación y malversación de fondos, nada menos) que contra el alcalde vertieron varios de sus compañeros, a quienes también faltó tiempo para marcar distancias, dejándolo en una exigua, inédita e insólita minoría. Si lo que unos y otros esperaban era que Jácome tirase la toalla, no tardarían en percatarse del error de cálculo, porque el interfecto se atornilló al sillón dispuesto a agotar el mandato, a sabiendas de que PP y PSOE nunca se podrían de acuerdo para presentar una moción de censura que lo desalojase de la alcaldía. Siempre creyó -y sigue creyendo- que el tiempo juega a su favor, por aquello de que el poder da un plus, del mismo modo que está convencido de que hasta las astracanadas pueden llegar a rentabilizarse en las urnas.

Los meses que siguieron a la espantada del PP fueron de traca con acuerdos, trasacuerdos y descuerdos y maniobras orquestales en la oscuridad. Populares y socialistas jugaron al gato y al ratón, amagando con pactos inversosímiles, para escarnio de los sufridos ourensanos, que se desayunaron un buen día con que los primeros volvían a compartir el gobierno con un Jácome crecido por haberse salido con la suya. Jesús Vázquez no tardó en decir basta. Fue un retorno nada ilusionante y que  empezó a tener, aunque indeterminada, una fecha de caducidad cuando se supo que el Partido Popular se encomendaba a San Manuel Cabezas (bueno y un tanto mártir) para reconquistar el poder local, a ser posible solo y sin compañía de otros. Fueron apenas doce meses de inestable coalición, que pueden considerarse un mal menor, pero cuyo balance de gestión cabe en una cuartilla.

Ahora Jácome dice sentirse liberado. Hasta aquí hemos llegado, proclama al dar por roto el cogobierno con el PP, que en realidad no fue otra cosa que un trampantojo. Esta vez tiene la satisfacción de ser él quien rompe, anticipándose a la maniobra que los populares, ya con Cabezas ejerciendo de presidente local, tenían preparado para abandonar por segunda vez la nave y dejarle definitivamente solo en el puente de mando. Definitivamente la legislatura municipal 2019-2023 pasará a la historia como la de la ruptura interminable. Cuatro años perdidos por la irresponsabilidad de los grandes actores de la política ourensana y gallega y porque, transcurridas más de cuatro décadas de las primeras elecciones democráticas, en el ámbito local seguimos sin contar con mecanismos legales para evitar situaciones tan absurdas como que un alcalde con el apoyo de solo dos o tres concejales se empecine en gestionar una ciudad de cien mil habitantes. Y lo de gestionar, claro está, es un decir.

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