Opinión

Ruido, ruido, demasiado ruido

Está aún lejos de calmarse el revuelo originado por el Benidorm Fest. El ruido mediático no cesa aunque vaya a menos con el paso de los días. Un ruido social que llegó a ser ensordecedor. Si lo que pretendía RTVE con el método elegido para seleccionar a su representante en Eurovisión 2022 era que diera mucho que hablar, reconozcamos que lo ha conseguido con creces

 La enorme expectación levantada en los días previos a la gran final, sobre todo en las dichosas redes sociales, garantizaba un rotundo éxito de audiencia. Lo que probablemente nadie calculó es el enorme coste que para reputación de la televisión pública estatal podía tener la abismal diferencia de criterio entre el público y el jurado profesional, que a fin de cuentas es el que tenía la última palabra en la decisión final, dijera lo que dijera el voto popular.

Conviene tener muy presente que lo que estaba en liza era la elección del representante de TVE —ojo, no de España— en el Festival de Eurovisión. Los participantes deberían ser, plenamente conscientes de que no se trataba de que ganara la propuesta que mejor se amoldase a los gustos mayoritarios de la audiencia y en especial de los muchos fans que tienen este tipo de festivales, sino la que pueda resultar más competitiva en la cita de Turín. Y para eso estaban los miembros del injustamente demonizado jurado profesional. Va de suyo que su valoración estuvo condicionada por ese factor antes incluso que por sus gustos y preferencias personales. Les iba en el cargo (y en lo que hayan cobrado por su labor) ser criticados o directamente descalificados por parte de los eurofans por votar lo que votaron. 

Conviene tener muy presente que lo que estaba en liza era la elección del representante de TVE —ojo, no de España— en el Festival de Eurovisión

El recién nacido Benidorm Fest no es, ni pretende ser, un festival de la canción de autor, ni un certamen de música con raíces. No cabe esperar que lo gane nunca un cantautor o un grupo folk. Fue en su primera etapa un certamen de lo que en su día se dio en llamar «canción ligera», pero ahora ha transmutado en un espectáculo multimedia, donde tanto o más que las letras y las melodías, y no digamos que la calidad de las voces, cuenta la puesta en escena. Lo que vimos fueron en la mayor parte de los casos auténticas ‘performances’ con el correspondiente despliegue coreográfico.

Eso es precisamente lo que se estila desde hace años en Eurovisión, que por haber sabido ponerse al día vuelve a despertar por una noche el interés de millones de personas no sólo en Europa, sino en medio mundo.

También está fuera de duda que la industria musical ejerce una gran influencia en el entorno de este tipo de eventos. No hay motivo para rasgarse las vestiduras. Es lo natural. Los grandes festivales forman parte del ‘show business’, el negocio del espectáculo, al que tampoco son del todo ajenos otro tipo de certámenes aun cuando se dirijan a públicos menos masivos o más selectos.

Las multinacionales discográficas y los productores más potentes, no son, ni han sido nunca ajenos a acontecimientos como Eurovisión. Pertenecen al mismo ecosistema. Se retroalimentan mutuamente. Que la inesperada ganadora del Benidorm Fest se mueva como pez en el agua en ese mundillo, lejos de levantar suspicacias, o de hacernos temer un tongo, debería constituir una garantía de que probablemente esta vez tengamos más posibilidades de no hacer el ridículo. De ser así, acabaríamos por agradecer al impopular jurado que se haya atrevido a nadar contra corriente, que es lo difícil.

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